Un problema tan insignificante no
puede traer de cabeza a toda Europa desde hace meses. Los once millones de “despilfarradores”
griegos y sus dos millones y medio de pensionistas son una insignificancia en
la económica europea cuanto menos en la economía mundial. Obama no da crédito.
Hoy ha llamado por teléfono a la canciller alemana Ángela Merkel porque no entiende
nada de lo que está ocurriendo. ¿No habíamos quedado en que el glorioso Tsipras
había “tragado” en su totalidad el paquete envenenado confeccionado por el
ministro de economía alemán Schauble? ¿Acaso la mitad de su gobierno, el ala
más radical de Syriza no se había
enfrentado ya al “entreguista” Tsipras? ¿Cuál es ahora, pues, el problema?
No es económico, es simplemente
un problema de índole política. El Eurogrupo no puede aceptar ninguna
negociación que no pase por el harakiri político del impetuoso Tsipras. Y además
le exigen que lo haga en la plaza Sintagma ante todos los ciudadanos de su país.
Que diga simple y llanamente a su pueblo que se ha equivocado, que Grecia es un
país embargado y que la soberanía reside en los mismos intestinos de la llamada
Troika. Sin el Banco Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Unión
Europea, Grecia no es nada. Por esa razón la noche que el joven Tsipras se
presentó ante el Eurogrupo con la capitulación en la mano todos aplaudieron. Los
mercados, con una subida en la bolsa europea de cuatro puntos, algo pocas veces
visto. Ángela Merkel respiró tranquila y Obama creyó, desde el otro lado del Atlántico,
que por fin, después de tantos desencuentros, Grecia había entrado por el aro.
Lo que nadie se esperaba aquella noche era la reacción airada del FMI y del
ministro Schauble, negándose a aceptar aquel acuerdo que en todo les resultaba
favorable. ¿Qué estaba ocurriendo? Lo que Obama no entendió y pocos pueden
comprender es que la sed del vampiro europeo es infinita y que este no volverá a su tumba sin haber
satisfecho enteramente sus deseos.
Por esa razón, Tsipras,
acorralado, no ve otra salida que recurrir al pueblo y convocar un referéndum. Los
suyos le consideran un traidor, ha incumplido gran parte de sus promesas
electorales, se ha vendido a al gran oso europeo que le atenaza con sus garras y
amenaza con devorarle, y al mismo tiempo todos sus esfuerzos le parecen al halcón
Shauble insuficientes. ¿Por qué le llaman a esto negociación cuando simplemente
se trata de una claudicación en toda regla? Ahora resulta que el problema que puede
llevar a la debacle en Europa son la pensiones de algo más de un millón de griegos
que no cobran ni siquiera el equivalente el sueldo mínimo en su país? Tan solo
con lo que ha costado la nueva sede del Banco Central Europeo se podría dar carpetazo
al asunto.
No, no se trata de un problema
económico. Lo que se intenta con toda el
ansia y la fuerza del oso es terminar de una vez por todas con las esperanzas
que han surgido en algunos países como Grecia, España, Italia o Portugal. Decir
de una vez por todas que otra economía no es posible. Que quienes voten a
Tsipras en Grecia, a Grillo en Italia, a Iglesias en España están tirando su
voto a un gran cubo de basura. Y que el barrendero Shauble ya se encargará de
recoger y reciclar debidamente esos desperdicios electorales.
Ya en el precipicio, con el oso
abrazándote, al joven Tsipras no le ha quedado otra defensa que la de abrazarse
al gran mamífero y arrojarse con él al vacio. En su vuelo, con tan pesada carga,
los griegos pensaran otra vez en su mitología, en su historia, en sus héroes legendarios,
que vencieron a imperios mucho más potentes.
Tsipras, este Leónidas del siglo
XXI, prefiere ser enterrado en Atenas con el cuerpo sobre su escudo, al modo de
los espartanos, que ser condenado por los suyos para toda la eternidad.