Hace poco, conocimos la pequeña historia de un preso de la cárcel de Estremera , que harto de su compañero de celda, pidió encarecidamente al director de la prisión que le librara de ese tormento, que para él no era otro que el discurso continuo, reiterativo y cansino con el que su compañero ocasional le castigaba uno y otro día. Le decía que la independencia en Cataluña era una necesidad pedida por la mayoría del pueblo catalán; que el Estado español- confundía Estado con Gobierno- les oprimía y no permitía expresarse libremente al pueblo catalán; que las fuerzas represivas del Estado les golpeaban cuando acudían a las urnas a ejercer su derecho; que el rey era una figura títere en manos de un gobierno corrupto y que en cuanto Cataluña alcanzara la independencia un mundo mejor se abriría ante la sociedad catalana.
El preso de Estremera, que había vivido lo suyo, y que percibía la realidad de otra manera, veía a su compañero de celda como un enajenado que le calentaba todos los días la cabeza así que decidió solicitar del director de la prisión el traslado de celda alegando que lo que no podía soportar era "la matraca" diaria a la que estaba siendo sometido.
Pues bien, eso es lo que nos sucede a gran parte de los españoles, que nos sentimos prisioneros de ese discurso cansino, creado por los independentistas catalanes. Esa gran matraca nacional a la que tanto contribuyen los medios de comunicación, bien porque les reporta buenos beneficios o porque ven en esto el principio de un culebrón periodístico, y no dejan de bombardearnos, día tras día, con las opiniones de ese pequeño grupo de tabarras que han hecho de su problema el único por el que merece la pena vivir en este país que ellos consideran como extraño. Y los gallegos, los andaluces, los castellanos, los extremeños, los valencianos, y tantos y tantos otros, que no han podido disfrutar de las ventajas obtenidas durante años por los catalanes, tanto por los gobiernos del PP como por los de PSOE, viven atónitos esta catarata de exabruptos con los que a diario nos obsequia el ex presidente Puigdemont desde su autoexilio dorado de Bruselas o los militantes y dirigentes de Esquerra Republicana de Cataluña o los simpáticos rupturistas de la CUP.
Habría que aprender de ese preso de la cárcel de Estremera que se quejaba de la tabarra que le daba su compañero independentista, e intentar como él , abandonar la celda en la que nos encontramos, con altavoces y pantallas de plasma, que al más puro estilo de Orwell no paran de repetirnos uno y otra vez la misma matraca. Apagar los aparatos de televisión, de radio, dejar de comprar la prensa diaria, y centrarnos en los problemas reales de cada día, que no son, ni con mucho, los que el independentista Jordi Sánchez , intentaba grabar en el cerebro de su compañero de celda, hasta que este dijo , basta. El preso debió de pensar que bastante tenía con su condena como para además tener que soportar a su compañero. Porque, uno de los grandes objetivos de los independentistas catalanes, no es solamente separarse de España, sino que además están empeñados en que les comprendas.Y a eso, como el preso de Estremera, hay que decir, basta.