Esta mañana, cuando salí a la
calle, para ir al supermercado, me he encontrado a un señor
vestido de hombre rana. Nos cruzamos, y él con mucha naturalidad, me dio los
buenos días. Yo, naturalmente, no me hice el sorprendido, y correspondí
educadamente a su saludo. En la acera de enfrente estaban dos jóvenes fumigando
las aceras. Iban enfundados en dos llamativos trajes verdes, con guantes
igualmente verdes, con dos escafandras de esas que utilizan los niños en las
playas para poder observar el fondo marino, y hasta creí distinguir dos enormes
antenas en sus cabezas, aunque esto último puede haber sido fruto de mi
imaginación.
En la cola del supermercado había
disfraces para todos los gustos. Mascarillas de todo tipo, hombres enmascarados
tras sus bufandas que llevaban caladas hasta los ojos, y un chico joven con una
máscara antigás de esas que se utilizan en las guerras o que llevan los militares
y los policías para eludir el gas pimienta.
Vaya, vaya, me dije, y eso que virus no está en el aire. Cuando regresé a casa de la compra y puse el televisor, unos epidemiólogos decían que sí, que el virus se mantenía en el aire unas tres horas y, por lo tanto, que podemos contaminarnos a través de la respiración. Han tardado cuarenta días con sus cuarenta noches en decirlo y yo sin mascarilla, creyendo que estos artilugios eran prácticos para los médicos pero no para caminar al aire libre por la calle.
He de confesar que cada día que
pasa me encuentro más confuso y desorientado. Cuando regreso de la calle, toda
mi ropa la cuelgo en un cuarto y la desinfecto. Lo mismo que las manzanas, que
lavo con lejía o con jabón, y hasta las lechugas, hoja a hoja. Es ese mismo cuarto me desnudo y, caminando de
puntillas para no contaminar el suelo, me voy a la ducha. Allí estoy un buen
rato enjabonado. Una vez duchado y con ropa limpia, desinfecto todo lo que he
tocado: pomos de puertas, llaves de la
luz, teclado del ordenador, mandos del televisor, teléfonos móviles. Joder,
se me está pasando la mañana, y todavía no he hecho nada más que ir a comprar
unas barras de pan, un par de cajas de leche y unas manzanas. He de darme prisa
que en unos minutos va a ser la rueda de prensa del comité de expertos, y no me
la quiero perder.
Pues nada, que mucha
tranquilidad, que la cosa va mejor, que estamos en la desescalada. Como se ve
que este señor no vive en mi barrio. Si tuviera que juzgar la pandemia por como
veo a mis vecinos diría que me encuentro
ante un virus tan letal como el ebola. Si hago caso a los expertos, no es para
tanto, aunque eso sí, no hay que bajar la guardia.
Y el domingo los niños a la
calle. El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, nos dice a través de la
televisión, que los niños pueden salir con sus pelotas, sus patinetes
y sus bicicletas. El sabe de lo que habla porque tiene tres niños pero eso de la pelota no me ha
gustado un pelo. Llamo a mi nieto y se lo desaconsejo por ser un gran foco de
infección pues la pelota que, como bien se dice, salta y bota, está en constante contacto con el suelo, con la mano del niño,
que a su vez este se la da a su madre o a su padre, cuando no se la lleva
constantemente a la cara. Parques públicos no, pero pelotas sí.
A estas alturas me patinan las neuronas.
Me he apuntado, a un curso por
internet, para ser positivo, para intentar no ser crítico con las medidas del
Gobierno, y si bien es cierto que avanzo razonablemente, hay días como hoy en
los que experimento un claro retroceso.
Creo que tras el confinamiento voy
a tener dos cosas urgentes que hacer. La primera, sin falta, ir al peluquero
pues tengo unas greñas de lo más desagradables, pero a renglón seguido pedir vez para el siquiatra. Es
posible que me libre de este terrible virus pero mi cerebro está seriamente
dañado. No me encuentro preparado para lo que se nos viene encima. Ahora que
los hospitales están un poquito más desahogados no sé si pedir plaza con tiempo
pues ahora que lo pienso el hombre rana con el que me he cruzado por la calle
llevaba puestas dos grandes aletas en los pies, y hasta diría que tenía la piel
un tanto escamosa. Lo dicho, que yo mismo no me encuentro muy bien.