Primero, miles de personas indignadas tomaron las plazas y
las calles de España; más tarde, estos indignados y muchos otros que se les
unieron manifestaron su cabreo saliendo a las calles por decenas de miles;
ahora, unos y otros han transformado la indignación y el cabreo en furia. Una
furia que es fácilmente detectable a través de la red en las manifestaciones
ciudadanas. Si uno si fía de las declaraciones realizadas por los mandos
policiales encargados de reprimir cualquier intento de protesta o manifestación
vemos que los más agresivos, aquellos que se enfrentan sin miedo a las fuerzas
del orden son cada vez más gente normal que nada tiene que ver con los
movimientos organizados. Amas de casa, ancianos, adultos sin trabajo, gentes
desesperadas que expresan así su furia que hoy se detecta en los mercados, en
las calles, si te detienes a hablar con tu vecino o vecina, en cualquier espacio
público.
En todos los lugares esa gente común y corriente a la que se
refiere la policía parece dispuesta a seguir las propuestas más radicales. Salen
a las calles con carteles llamando ladrones y saqueadores a banqueros y políticos.
Ellos y ellas que jamás se han metido o interesado por nada, que vivían tan
contentos ajenos a la realidad que otros disponían para ellos ven ahora como
sus hijos, maridos, o nietos y nietas se desesperan en busca de un trabajo que
no encuentran.
El drama entra en cientos de miles de hogares destruyendo a
familias completas, sin respetar ideología alguna. Tan solo una casta privilegiada
se libra de la crisis: además de los que la ocasionaron, cerca de medio millón
de personas, en su mayoría políticos o magistrados. Los encargados de hacer
respetar las leyes o de ponerlas en marcha desde el Congreso de los Diputados
se blindan en sus prebendas y sin el menor rubor pasan por encima de sus
propios electores. De ahí la furia.
Furia al ver como el ex presidente del Consejo del Poder
Judicial, Carlos Divar, pide una indemnización de 280.000 euros después de
haber tenido que dimitir por comportamientos poco éticos.
Furia al ver como un miembro de la familia real, Iñaki
Urdangarín, es premiado con un contrato anual de más de dos millones de euros
en Telefónica a pesar de estar imputado por varios delitos.
Furia al escuchar a la hija del también imputado Carlos
Fabra gritar “que se jodan” al anunciar Mariano Rajoy las medidas que ahogan a
tantos hogares españoles. O los aplausos de los diputados del PP cuando se
anuncian estas medidas.
Furia al ver cómo ni Rodrigo Rato, ni el ex gobernador del Banco
de España, o la ex ministra de Economía admiten culpa alguna en la gestión de
la crisis o en la descapitalización de Bankia.
Furia ante la inacción de los políticos de la oposición.
Furia al ver como los ex presidentes del Gobierno disfrutan
de sus sueldos con cargo al erario público , con coches oficiales,
guardaespaldas, secretarias, asesores y despachos, al tiempo que nos dicen que
inician giras por todo el mundo como conferenciantes ganando de tres a seis millones
de euros por charla, llegando a reunir al año en este concepto unos cien
millones de euros.
La lista de la furia es muy larga y se engrosa cada día, con actitudes como las descritas, provocando
que esta crezca. La desvergüenza de unos, la culpa de otros, el sufrimiento de
gran parte de la clase media española, la sensación de que esta crisis se está utilizando
para sepultar a toda una clase social, negándoles incluso el derecho a abortar ante
la malformación del feto, convierten esto en una guerra ideológica. Como ha
dicho el ministro de Asuntos Exteriores, lo que se está cociendo dentro del
Gobierno, es “el cambio de modelo”
Por la red hay cada vez más iniciativas para echar a los
políticos, hacer que los banqueros paguen por lo que está sucediendo, llamamientos
a un insurrección popular que comenzaría cercando el Congreso de los Diputados.
Actitudes que desembocaran en violencia.
Furiosos, indignados y cabreados juntos contra “los
antisistema”, como así se les conoce ya, pues como bien le ha dicho una
diputada de APyD a Rodrigo Rato en su
comparecencia en el Congreso de los Diputados, ellos si son los auténticos “antisistema”,
los que cumplen al pie de la letra las consignas de derribar el sistema establecido:
primero el sistema económico, ahora el sistema social, y como ha anunciado el ministro
de Rajoy, muy pronto dando un golpe de mano contra la propia esencia del
sistema político.
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