Para dar un golpe secesionista se
necesita el recurso de muy poca gente. Un presidente o una presidenta del Parlamento
que dirija con mano firme el cambio de las leyes que permitan llevar a cabo de
forma unilateral un referéndum de autodeterminación; un presidente del gobierno
autonómico que no dude, o si lo hace sepa rectificar en el último momento, con
la sangre fría suficiente para llevar a su gente al abismo, si no tiene sangre fría,
o duda, nos conformaremos con un iluminado; una o dos personas que movilicen de
forma continua a la gente en la calle, aún y cuando esa gente no represente a
la mayoría necesaria para afrontar una consulta de autodeterminación; y al jefe
de la fuerza armada, capaz de enfrentarse al poder del Estado para incumplir
sus órdenes y sus leyes. Es decir, que con cuatro personas podemos llevar a
cabo un auténtico golpe secesionista,
ponernos la Constitución por montera y amenazar la existencia de todo un
Estado.
Si además contamos con la
colaboración de un medio de comunicación mayoritario y la inestimable y
oportuna presencia de un Gobierno de la Nación incapaz de articular la
respuesta necesaria en el momento oportuno, el hecho de que una comunidad autónoma
pueda independizarse se vuelve cada vez más real. Eso es lo que se desprende de
lo hasta ahora visto y oído en las jornadas del llamado Juicio al Procés, que
tiene lugar en el Tribunal Supremo en Madrid.
Sin esas cuatro personas, o al
menos sin la participación de alguna de ellas, el castillo de naipes del
independentismo catalán se vendría abajo. La estrategia es bien sencilla: desde
un primer momento se cuenta con un importante asesoramiento legal, y también de
un dinero importante o del apoyo de un grupo de empresarios que lo tengan, para
llevar a cabo el proyecto, o la hoja de ruta,
como así le llamarán utilizando el eufemismo.
Porque, naturalmente, de lo que se trata es de avanzar paso a paso como si
se tratara de un juego. De forma
pacífica, con acciones cada vez más arriesgadas, que una lleve de forma natural
a la otra, hasta llegar al precipicio. Y a la
hora de saltar, o de desconectarse, como lo llaman algunos, hacerlo
pensando en que el vacio hacia el que se encaminan es algo así como un gran colchón
de algodón blanco, un paraíso que nos aguarda. Para llegar a creer eso tiene que
haber existido previamente un lavado de cerebros importante, lo que otros llamarán
obra de concienciación nacional, construir
un relato que nos aleje de la realidad. Cuando
miles o millones de personas obran impulsadas por una razón patriótica de
liberación, cuando lo que intentan es liberarse de un Estado opresor que no les
permite expresarse libremente, que les roba, que no les permite mantener su identidad,
cuando esto sucede, familias enteras se lanzan a las calles para luchar contra
el Estado opresor. Y se sienten legitimadas para hacerlo, más allá de las leyes supremas que ese Estado opresor
tenga. En una situación de asfixia tan extrema se antepone la democracia al ordenamiento legal y se recurre a la necesidad que el pueblo
tiene de independencia a través del voto popular, del sufragio en las urnas.
Pero imaginemos por un momento
que las razones que han llevado a esas cuatro personas a plantear de forma
unilateral ese referéndum de autodeterminación no sean ciertas. Que no se den
las condiciones necesarias para llevarlo a cabo, es decir, que no cuenten con
la mayoría clara y necesaria de la población que les apoye, o que ese Estado en
el que viven tenga una Constitución democrática, o que la asfixia de la que nos
hablan no exista más que en la cabeza de algunos, es decir, que todo sea una farsa,
una farsa llevada a cabo, como decíamos, por unos pocos, que arrastran a
muchos, y que afecta a toda una comunidad. Imaginemos que lo que pensamos no
resulte, que no tenga el apoyo internacional pensado, que el Estado no lo
permita, es decir que todo se vaya al traste, que unos tengan que huir del país
para evitar responder de sus actos y otros sean detenidos, encarcelados y juzgados
por sus actos, entonces articulamos el plan B, lo que pacientemente nuestros asesores
legales nos han recomendado hacer. Decir
que todo era una irrealidad, que se trataba de un plan virtual, perder la memoria cuando nos interroguen y seguir manteniendo
que aquí no ha ocurrido otra cosa que un deseo natural de la ciudadanía por
ejercer su derecho al voto, su derecho a decidir como pueblo, frente a un
Estado poco democrático. Nos comparamos con el holocausto nazi, nos apropiamos
de la figura de Ana Frank, aquella niña oculta en su sótano que iba escribiendo
su diario conforme el totalitarismo se extendía por toda Alemania y por casi
toda Europa; desacreditamos al Estado que nos juzga, y sea cual sea el resultado
del proceso decimos que se trata de una juicio sin garantías, que los presos
son presos políticos; seguimos manifestándonos en las calles para pedir la
liberación de los presos, intentamos seguir manteniendo viva la llama de nuestra
revolución en todo el mundo; a los escapados le llamamos exiliados políticos, y
seguimos poniendo a nuestros inculpados como cabeza de cartel una y otra vez
cada vez que se celebren elecciones en ese Estado al que seguimos denominando
como opresor, antidemocrático y fascista. Eso sí, puede resultar una paradoja
que nos manifestemos libremente en las calles de ese Estado paramilitar, que
participemos en sus elecciones, que podamos volver a formar gobierno, que ese
gobierno no hable de otra cosa que de la independencia y apoye a los presos sin
que nada suceda, y que el Juicio al Procés se transmita en directo para que
toda Europa y todo el mundo pueda seguirlo paso a paso. Y esa paradoja puede resultar que ponga al
descubierto el falso relato, sobre todo cuando veamos y escuchemos todo tipo de
falsedades, de silencios que encubren la verdad, de falsos testimonios que
llevan al perjurio, de dobles verdades, por parte de quienes de haber triunfado
el golpe secesionista nos hubieran gobernado, en nombre de la verdad, de la
libertad y de la independencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario