La última encuesta del CIS muestra casi un 40% de indecisos,
es decir, gente que todavía no ha tomado una decisión firme de a quién votar.
Este dato, así tomado, pudiera dar la impresión, tal y como reflejan
repetidamente los medios de comunicación, de que un 40% de los españoles están,
lo que se suele decir, mirando a la luna de Valencia. Los expertos que han
realizado el muestreo dicen que no es así. Que no es cierto que casi la mitad
de la población española no tenga decidido su voto. Que no sepan a qué partido
político van a votar no quiere decir, ni debe de interpretarse así, que no
sepan a qué opción política van a votar.
Es cierto que existe una gran indecisión, como refleja
la encuesta del CIS, sin embargo en esa gran masa de indecisos se encuentra un
gran voto oculto y si se cambiara la pregunta de la muestra, y se les
preguntara a los encuestados si van a votar a una opción de derechas o de
izquierdas, ese cuarenta por ciento de indecisos quedaría reducido a una cifra
muy pequeña.
¿Qué es lo que creen los sociólogos de campo del CIS?
Que ese cuarenta por ciento de indecisos que da la muestra no es real. Que la
indecisión es grande pero que es muy posible que se encuentre definida dentro
de los dos grandes bloques ideológicos que se enfrentan en estas elecciones. O
dicho de otra manera, que el corrimiento de voto previsto no va a ir de la
derecha a la izquierda, o viceversa, sino que se producirá dentro de los
bloques ya que la fragmentación de partidos va a permitir afinar más el voto en
esta ocasión. Es decir que los electores tiene bastante claro el bloque
ideológico al que van a votar pero todavía no el partido al que van a dar el
voto. ¿Cómo hemos de interpretar esto? Pues, sencillamente que estas elecciones
no se pueden ver en clave de partidos políticos sino de bloques electorales. El
Partido Popular, Ciudadanos, Vox, Unión del Pueblo Navarro y Foro Asturias, por
un lado. Y por el otro, el PSOE junto a Podemos con sus confluencias y al PNV. Ignoramos la decisión que tomaría ERC. Los dos partidos canarios se
repartirían, uno apoyando el bloque de derechas y el otro al bloque
progresista.
De estas elecciones saldrían claros ganadores: Pedro
Sánchez hará que el PSOE, por quien nadie daba ni un duro hace unos meses,
rebase la barrera de los cien diputados, aumentando considerablemente su
presencia en el Congreso. De Santiago Abascal se podrá decir que ha hecho
resucitar a los muertos, que quizás no estaban tan muertos sino tan solo
ocultos tras los pliegues del Partido Popular. Rivera, siempre argumentará que
su partido no deja de crecer. Y, hasta es posible, que el preso Junqueras, vea
desde su celda como ERC toma las riendas del independentismo catalán y se
sitúa como fuerza determinante a la hora de decidir la gobernabilidad en España.
Curiosamente, Vox y ERC, dos formas extremas de ver el nacionalismo, podrían
determinar la dirección del nuevo gobierno en su sentido o en el otro. A quien no
me he referido es a Pablo Casado ni al PP porque creo que va a ser el gran
perdedor de la noche. Sus militantes y sus votantes ya han iniciado el giro
hacia Ciudadanos y hacia Vox. Sus 137 escaños son ya un sueño inalcanzable.
La derecha y la ultraderecha, más ilusionada que
nunca, parece que van a ir a votar en bloque. La izquierda ha comenzado a
mostrar su inquietud tras el masivo mitin de Valencia de Vox y esto podría
hacer que muchos de ellos, los que no iban a votar el PSOE o los que están
desilusionados con el rumbo de Podemos, acudan a votar aunque a regañadientes.
La noche electoral del día 28 de abril va a ser seguida por millones de
espectadores. Es posible que las televisiones, en sus programas especiales,
registren unas audiencias nunca vistas, pues el interés que despierta el
desenlace electoral es muy grande.
El resultado que consiga cada uno de los partidos va a
ser también decisivo. No es lo mismo que Vox tenga cincuenta diputados, es
decir que se ponga prácticamente a la altura de Ciudadanos y cerca del PP, a la
hora de imponer sus condiciones en un futuro pacto de gobierno, a que se quede en
una horquilla entre los veinte y treinta diputados. O Podemos, que está
remontando las expectativas que le dan las encuestas con un discurso más moderado
y pragmático, a la hora de dialogar con el PSOE lo haría de forma diferente si
consigue conservar sus 71 diputados, junto con sus confluencias, cosa harto
difícil, o si se queda entre los treinta o cuarenta diputados. Creo que hoy la
mayor duda que tiene gran parte del electorado de izquierdas está precisamente
aquí, en el dilema que se les plantea: si votar a Podemos como fuerza necesaria
para presionar al PSOE a la hora de realizar políticas de izquierdas en un
posible gobierno, o votar a los socialistas para evitar que Podemos, de nuevo,
pida lo imposible, evite el pacto, y llegue de nuevo la derecha, esta vez
acompañado de un buen puñado de ultras, al gobierno.
Bajo las bambalinas hay quien no ha dejado de contemplar una tercera
salida, que no es otra que un acuerdo Ciudadanos-PSOE. Y en esto se está
trabajando. Pero es harto improbable. Primero porque Ciudadanos ya ha dicho
que con el PSOE no gobernará y segundo, porque si se quiere solucionar o al
menos aparcar el problema de territorialidad más grande que tiene España, que
no es otro que impedir la independencia de Cataluña, Albert Rivera no parece el
mejor compañero de viaje
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