El coronavirus ha venido a Europa a probar a sus instituciones y a sus ciudadanos. Se trata de un virus menor, poco letal, que ha venido a visitarnos mientras nos encontramos comodamente sentados en nuestros salones, viendo la tele, leyendo, escuchando música o teletrabajando, mientras realizamos esta cuarentena nacional de quince dias para evitar que debido al avance del virus nuestros hospitales se colapsen y no nos puedan atender como nos merecemos.
No nos encontramos ante el ébola, ni ante la malaria o la fiebre amarilla, o el VIH, que tantos cientos de miles de personas se han llevado y se llevan por delante en los paises menos protegidos. No, este es un virús amable que protege a nuestros hijos y a nuestros nietos y le da el pasaporte a personas como yo, con una cierta edad y con problemas respiratorios que harían dificil poder soportar su virulencia.
Decia que el coronavirus había venido para sacarnos los colores a los habitantes de esta Europa desarrollada y de esta España avaricioso, egoista y depredadora. Y tambien para crear una crisis económica de tales dimensiones que llevará a cientos de miles de personas al paro y a la desesperación en cuanto, tras unos pocos meses, el virus nos abandone. Y por supuesto, para hacer que la lista de millonarios en el mundo crezca, como tambien lo va a hacer la desigualdad y la inseguridad. Entonces los gobiernos, de nuevo, se apresuraran, a volver a rescatar a la economica financiera en lugar de fijarse en los ciudadanos. Veremos como el Banco Central o la Unión Europea se sacuden los bolsillos para sanear las finanzas internacionales. Recordad, entonces, lo que acaba de hacer la Comisión Europea: destinar una cantidad miserable para ayudar a los paises afectados por el coronarirus en Europa.
Este pequeño virus chino, que haría reir a cualquier ciudadano africano, nos ha puesto el espejo delante de nuestras narices. Y así, hemos visto como ante las medidas del Gobierno al declarar el Estado de Alarma, para evitar un colapso en la sanidad que impida que los infectados más graves tengan que morir en sus casas desatendidos, ante una situación extrema, los independentistas catalanes y vascos, que viven en las regiones más ricas de España, hayan levantado la voz para atacar al Gobierno sacando a relucir sus derechos como nacion para evitar que el gobierno central legisle sobre ellos; o como el jefe de la oposición, Pablo Casado, disfrazado de bombero incendiario, aprovecha la ocasión para atacar al partido en el Gobierno, mientras su benefactor, José María Aznar, abandona Madrid con su mujer, para buscar acomodo en su lujosa mansión de Marbella.
Mientras tanto los medios de comunicación aprovechan el tirón del coronavirus para convertirlo en un reality de 24 horas con audiencia millonaria garantizada. Y así, nuestros ávidos ciudadanos aparecen en las pantallas de televisión arrasando supermercados, mostrando la parte más insolidaria de si mismos o acaparando mascarillas que de poco o nada les sirven mientras el personal sanitario carece de las necesarias para su labor diaria. Esas caravanas de coches hacia la costa o la sierra para hacer la cuarentena turística, ese salvese el que pueda, es más repugnante que el coronavirus.
¿Que ocurriría si el famoso virus atacara a nuestros hijos en lugar de a los abuelos? El pánico se convertiria en pavor. ¿Que ocurriría si para salvarnos tuvieramos que salir del país en lanchas neumáticas, escalar muros de espino, morir muchos en la travesía, y al llegar al país de asilo ser tratados como apestados? Esta es una guerra menor, poca cosa comparada a las que gran parte del mundo viene padeciendo mientras nosotros practicamos, como sociedad, nuestro deporte favorito, que no es otro que el consumo excesivo, acaparando todo tipo de objetos en nuestros hogares. Ha llegado el momento de ser generoso, de demostrar que a pesar de vivir en esta parte del mundo acomodado todavía nos queda algo de empatía. Ha llegado el momento de ponernos en lugar del otro.
Los abuelos, que hemos visto y vivido épocas peores- algunos recuerdan la gripe del 1918 con más de cuarenta millones de muertos, con familias destrozadas en toda España- no tenemos miedo y salimos cada noche a nuestras ventanas a aplaudir. A los sanitarios, a nuestros propios vecinos que están confinados como nosotros, a todos aquellos, que son muchos, que todavía viven con una cierta dignidad. Lo único que pedimos a los más insolidarios es que no nos averguenzen. Que huyan a sus chalets en la playa, o que hagan compras masivas en los supermercados on line, pero, por favor, que no nos sometan a la terrible prueba de hacer pública de manera ostensible su indignidad. Que nos sobrevivan mirando el mar y degustando todos esos kilos de comida que han comprado en exceso pero que nos dejen vivir o morir en paz, porque mientras lo hacemos, nosotros aplaudimos.
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