Apresúrense, políticos del mundo.
Dense prisa, científicos de todo el planeta, en encontrar pronto una vacuna que
aleje de nosotros el coronavirus, porque si no lo hacen cuando queramos salir
de nuestro encierro será demasiado tarde. No sé si ustedes se habrán dado
cuenta pero los humanos estamos perdiendo peso frente a la naturaleza. Otras
especies han comenzado a sustituirnos.
Los camellos corretean por las
desiertas playas de Marruecos, hasta ahora invadidas por el turismo. Los
jabalíes han bajado a las ciudades y se pasean por sus calles desiertas. Igual
que los pavos reales, los zorros, los ciervos y hasta los ornitorrincos. Los
delfines nadan en las cristalinas aguas de Venecia, hasta hace bien poco con
olor fétido a cloaca. Y ahora les toca a los grandes mamíferos. Los osos ya han
llegado a los jardines de las casas residenciales. Y hasta en una iglesia de
París se ha visto un ciervo ante el altar mayor. Y es que los animales se están
apoderando del mundo, cada vez más de ellos y menos nuestro.
Ha llegado su momento. Y, visto
lo visto, no digo yo que un ciervo o un rinoceronte no lleguen en su día a
ocupar la presidencia del gobierno. O que un buitre o una hiena no puedan
desempeñar el puesto de jefe de la oposición. O que los escaños del Congreso se
pueblen de bestias de todo tipo que
digan representar a su especie.
Un sistema planetario en manos del mundo animal con los humanos recluidos en sus casas pues si salen al exterior podrían ser exterminados.
Orwell fue un visionario, no
solamente cuando intuyó un mundo de millones de personas encerradas en sus
casas, teledirigidos desde grandes pantallas instaladas en sus salones y sin
intimidad debido a un complejo sistema de micrófonos que detectan hasta su
respiración y les espían en cada instante. Orwell también adelanto la rebelión
de los animales hastiados de unos humanos absurdos que les hacían la vida
imposible. Un mes, tan solo un mes, confinados, y las primeras especies
animales ya se han atrevido a introducirse en nuestro hábitat natural, en
nuestras ciudades de cemento, para ocuparlas.
Un nuevo mundo, habitado por
animales y regido por robots, con los humanos confinados, convertidos en
esclavos de las máquinas y de las bestias.
Me despierto sobresaltado y sudoroso.
He tenido una horrible pesadilla. Me levanto, me ducho, desayuno y salgo a la
calle como cada día. En el exterior no se ve a nadie, no pasa ni un coche, la
gente no se reúne en las paradas de los autobuses, las calles están desiertas.
Algo están pasando. Algo terrible. Mi pesadilla se está haciendo realidad.
Regreso apresurado a mi casa. Pongo la televisión. Veo imágenes de desolación
en los hospitales. Pero también a los grandes machos cabrios enfrentándose a aquellos
que rompen el confinamiento, arremetiendo violentamente contra ellos hasta
hacer que desistan de su empeño y regresen a su encierro.
Todo esto ha tenido lugar en mi
mundo de pesadilla pero las imágenes y hechos que acabo de relatar, todo ello es cierto, ya se han producido.
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