miércoles, 1 de abril de 2020

MI PEQUEÑO GRANITO DE ARENA


Me he puesto a revolver en el desván para encontrar algún instrumento capaz de luchar contra el coronavirus. Lo hago después de ver que el ingenio español se ha puesto en marcha. Por ejemplo, la utilización de gafas de bucear y de mascaras integradas, gafas y tubo, que Decathlon ha donado a la Comunidad de Madrid. Un traumatólogo manitas ha hecho un apaño en las citadas máscaras para que puedan ser utilizadas por médicos y pacientes como respiradores a falta de los tan ansiados electroventiladores que tanta falta nos hacen y que tan pocos tenemos.  También se ofrecen los veterinarios a aportar  los respiradores que ellos utilizan con caninos y porcinos. Se erizan los pelos. Me apresuro a tomarme la temperatura. Parece que, de momento todo va normal, pero hace un rato he tosido, y eso me intranquiliza. Quizás sea debido al polvo que hay en el desván.


Allí encuentro un viejo inflador de pie, de esos que llevábamos a la playa para inflar la balsa neumática. Incluso, según veo, tengo la balsa guardada y conservada en polvos de talco. A falta de camas UCI, pienso, un enfermo con problemas creo que se encontraría más cómodo si lo metemos en mi colchón inflable. Desde luego mejor que tumbado en el suelo del pasillo de un hospital o sentado dos días en una silla, tal y como veo por la televisión que está ocurriendo en los saturados hospitales de Madrid.


Y puestos a ayudar, sigo buscando, y encuentro un irrigador de mi abuela Carmen. Está en perfecto estado. Se me ocurre que si a ese paciente que se encuentra cómodamente instalado en mi colchón neumático le pudiéramos aplicar el irrigador de mi abuela pero en sentido inverso, es decir con una mascarilla acoplada a la boca, el mismo podría darse aire apretando esa pequeña bomba redonda de goma que lleva el aparato en un extremo. De esa forma, un enfermo se autoatenderìa sin necesidad de molestar a una enfermera que, en los hospitales de Madrid estos días, son un bien escaso. Eso sí, hay que advertir al enfermo que no hay que usar el lubricante que viene en el kit para su uso original.


Al fondo del baúl veo un abanico precioso, con bellos dibujos e incrustaciones, y es que mi abuela Carmen  tenía la manía de guardarlo todo por si en alguna ocasión pudiera volver a utilizarlo y no como ahora que todo es usar y tirar. Pues bien, ese bello abanico, hábilmente utilizado, podría, si no resolver una insuficiencia respiratoria, al menos aliviarla. En todo caso, en ese hospital de IFEMA en donde hemos podido ver que los enfermos están hacinados, sin guardar la mínima distancia de seguridad, seguro que el abanico de mi abuela serviría, al menos, para resolver el problema de los olores a pies y sobaco del vecino, pues he podido leer que allí los enfermos llevan 13 días sin ducharse.


Y, finalmente, antes de abandonar el desván, he visto en una bolsa de playa de hace casi un siglo- ya os digo que mi abuela lo guardaba todo y esto se ha convertido en un vicio de familia- y de ella rescato nada menos que ocho modelos diferentes de bañador. Todos ellos de cuerpo completo. Entonces las señoras iban con todo el cuerpo cubierto y protegido, no solamente contra los rayos solares si no, sobre todo, de las miradas lascivas de algunos caballeros que iban a la playa, más que al baño, pues el agua del Atlántico estaba francamente helada, a broncearse y dejar volar la imaginación  intentando adivinar cómo serían aquellos cuerpos ocultos tras los tupidos bañadores. Tan tupidos que creo que a falta de equipos de protección personal (EPP) - esos que en las ruedas de prensa los responsables de Sanidad prometen todos los días pero que nunca llegan -  mientras esperan, podrían ser utilizados por médicos y enfermeras para darles mejor protección que esos plásticos de bolsas de basura con los que confeccionan sus batas. Pero, eso sí, les pediría que una vez que usen estos estupendos bañadores de cuerpo, debidamente esterilizados, procedan a su devolución una vez que esta pandemia nos dé un respiro,  pues solo Dios sabe que otras epidemias nos esperan.


Todo esto me parece mejor que someterse al mercado persa de China que parece estar haciendo el gran negocio vendiéndonos test inservibles o mascarillas con moho, o aquellas otras que por una u otra razón  nunca llegan.  ¿Sabe alguien que ha pasado con los aviones enviados a China por la Comunidad de Madrid, hace hoy doce días, para traer un cargamento de material de seguridad con el que proteger a nuestros médicos y enfermeros?


Leo con avidez todo lo que llega a mis manos sobre como incentivar la industria nacional. Veo, sin ir más lejos, que tan solo existen dos pequeños talleres, uno en Móstoles y otro en Valencia, para fabricar ventiladores asistidos para enfermos  con insuficiencia respiratoria. O como las bordadoras de Camariñas han dejado sus encajes para hacer mascarillas. El país entero está volcado en ayudar y yo no quiero quedarme atrás. Voy a darme prisa y a llamar ahora mismo a la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid para ver si me homologan estos pequeños inventos pues es tal la competencia que cualquiera puede adelantarse.


Cada uno debe de aportar su granito de arena ahora que Europa nos ha abandonado.

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