Esta guerra en la que estamos
combatiendo para derrotar al coronavirus es un tanto peculiar. Luchamos contra
un enemigo invisible. No vemos a los muertos en el campo de batalla, al igual
que ya ocurrió en Vietnam o Irak, las autoridades se cuidan mucho de mostrarnos féretros,
entierros o sufrimiento. Es sobre todo una guerra de cifras. Datos
estadísticos, que a través de los grandes medios de comunicación llegan a los
ciudadanos del mundo, la mayoría enclaustrados en sus casas por decisión de sus
respectivos gobiernos.
El miedo ha cundido entre todos.
Cuando pase esta pandemia- así es como la califica la Organización Mundial de
la Salud- los dirigentes del mundo sacarán sus conclusiones. Sin duda, una de
ellas será lo sencillo que resulta conducir a la población mundial como un gran
rebaño asustado y desconcertado (así es como lo llamaba el sociólogo Pierre
Bourdieu). Después de este encierro mundial en el que somos dirigidos a través
de las pantallas de nuestro salón, al modo de aquella fantasía futurista
escrita por Georges Orwell (“1984”), el mundo estará preparado para cualquier
gran medida económica que se le pida. Es la doctrina del Shock que tan bien nos
ha explicado la periodista Naomi Klein.
Cifras, ruedas de prensa,
comparecencias a través de la pantalla de la televisión, unas sin preguntas de
los periodistas, otras con preguntas, qué más da si todos siguen la partitura
prevista.
Hagamos una pequeña reflexión: según nos dice la OMS, el coronavirus salva
al 97% de quienes lo puedan contraer y mata al 3%, generalmente gente de edad con
alguna complicación previa. Parece ser que se trata de un virus estacional que
va a estar con nosotros poco tiempo. Comparado con las grandes enfermedades
mundiales por contagio, parece una broma. Tengamos en cuenta que sin necesidad
de remontarnos a la gripe del 1918 que arrasó los hogares, diezmó las familias,
y se llevó por delante a cerca de 50 millones de personas en todo el mundo, sin
necesidad de acudir a estas cifras, repito, tan solo basta retrotraernos a unos
años atrás para ver como la llamada Gripe A, que atacaba fuertemente a los más
pequeños, mataba a una de cada cinco personas, llegando a contabilizar más de
medio millón de muertos en el mundo. O la gripe asiática de los años 1958 y
1968, con 4 millones de víctimas. O el Sida, que ya ha pasado de los 35
millones de personas muertas.
¿Qué es lo que tiene el coronavirus
para ser considerado como el enemigo mundial a batir, que se extiende por todo
el planeta a gran velocidad? ¿Qué pasaría si no se hubiera dado la alarma mundial
y el virus se cobrara sus víctimas sin más, como si se tratara de una gripe estacional
más ? ¿Era necesario hundir la economía mundial y llevar el mundo al borde del
caos? Sabido es que los dirigentes del mundo no son los más preparados ni los
más inteligentes, ¿es posible entonces que algún poder con más inteligencia y con un interés claro
pueda haberlos manipulado haciéndoles entrar en pánico? ¿Por qué razón los
periodistas de investigación de los diferentes medios de comunicación- que los hay-
no se han planteado la respuesta a alguna de las muchas preguntas sin respuesta que rodean este tema? ¿Será que estamos
todos bloqueados por las cifras, que el encierro nos está anulando las
neuronas? ¿Desde cuándo existe esta gran preocupación por los mayores si estamos
acostumbrados a irnos sin ruido, en nuestras casas o en hospital, como la cosa
más natural del mundo? ¿Nadie ha visto la sanidad pública colapsada?. Es cierto
que el coronavirus se puede cobrar en España unas miles de víctimas. Hay muchas
otras enfermedades que lo hacen. Tan solo el cáncer se llevará por delante este
año en la Unión Europea a más de millón y medio de personas. Unos 112.000 en
España, según el Instituto Nacional de Estadística, y ello no ha impedido que los
diferentes gobiernos hayan recortado el presupuesto de la investigación contra
el cáncer y obliguen a nuestros mejores cerebros a salir de España para
intentar buscar trabajo. Lo mismo que miles de médicos y enfermeras que se
encuentran trabajando fuera de nuestro país. ¿De qué estamos hablando entonces?-
Estos días tan solo oigo
hablar de cifras, veo gráficos y curvas amenazadoras, pero no escucho nada diferente
al discurso único. Cuando este virus nos abandone los periodistas deberíamos de
hacer autocrítica y los políticos también. Pero sobre todo los ciudadanos, cada
uno de nosotros: los que nos abalanzamos con furia sobre los estantes de los
supermercados; los que huimos despavoridos de los centros de contagio para irnos
a refugiar a otros más agradables y hasta,
posiblemente, a contagiar a quien no lo
está todavía; los que caminamos con miedo por la calle embozados tras nuestras mascarillas; todos los que hemos
cerrado nuestros cerebros y no damos la menor cabida a la duda, a la reflexión
o a la pregunta incorrecta.
¿Qué pasaría si mañana un país
decidiera afrontar el coronavirus como un virus estacional más? ¿Se lo permitirían el pánico y las cifras?
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