jueves, 26 de marzo de 2020

TEMPRANO LEVANTÓ LA MUERTE EL VUELO

En estos días  en los que cada vez que amanece han muerto cientos de personas, solas, entubadas y en silencio, sin una mano que dar al despedirse, sin una mirada tierna o una palabra amable, siento ganas de gritar, de gritarles, que no están solos. Que a pesar de su anonimato, miles de personas en toda España sufrimos por ellos, y quisieramos "escarbar la tierra con los dientes" para desenterrarlos. Este verso de Miguel Hernandez, forma parte de la Elegía a  su buen amigo Ramón Sijé, que hoy ocupará el espacio de este blog para aquel - he podido constatar que tengo un único lector - que sé que lo va a sentir al menos tan intensamente como yo. 

No encuentro nada tan sentido, tan profundo, tan hermoso en estos días en los que las palabras también matan. 

Frente al desprecio y a la nausea que siento cuando escucho a quienes intentan emponzoñarlo todo, a quienes airean su rabia para matar al adversario, me refugio en lo hermoso de la música o en la enorme belleza de la poesía, al tiempo que recorro cientos de veces el pasillo de mi casa, de un lado al otro, para poder seguir viviendo.

 

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(10 de enero de 1936, Miguel Hernández, “El rayo que no cesa”)

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