lunes, 23 de mayo de 2011

LA DEBACLE

Como no podía ser menos. Si uno abandona a su electorado no puede luego quejarse cuando su electorado le abandona a uno. Ese uno es Zapatero y por extensión el Partido Socialista Obrero Español. Esa es, a mi juicio, la principal causa de la debacle electoral de la que se ha beneficiado el Partido Popular.  

El electorado español no está para medias tintas y menos cuando la crisis aprieta. O estás con los trabajadores o estás en contra de ellos. O estas con los pensionistas o les congelas sus pensiones. O grabas las grandes fortunas o les permites que campen a sus anchas cosechando grandes beneficios mientras parte del pueblo las pasa canutas. O eres socialista o no lo eres. He aquí la cuestión. Y parafraseando a Alfonso Guerra hay que decir que a los socialistas ya no les conoce ni la madre que los parió. De tanto abandonar sus principios al final han sido ellos los abandonados. Primero renunciaron al marxismo, después a la socialdemocracia y finalmente se dejaron dar el abrazo del oso por el neoliberalismo y se llamaron a sí mismos social liberales. Y claro, dentro de la derecha no cogen todos y el electorado puesto a elegir ha decidido quedarse con la marca original y no con la imitación.

Por una parte ha sido el abandono de sus propias ideas: dejarse llevar por las inercias del mercado; no haber hecho ningún gesto cuando se les exigían sacrificios a los más débiles, ni tan siquiera pedir un pequeño sacrifico fiscal a las grandes fortunas. No se les pidió más que un gesto y todos los gestos que hicieron  iban dirigidos en sentido contrario. 

El voto de centro izquierda hace mucho que ha virado al centro derecha. Los más beneficiados por las políticas sociales en barrios de Madrid como Getafe, Leganés, Móstoles o Fuenlabrada -y tantos y tantos otros municipios de toda España- ya son propietarios de un par de casas, primera y segunda residencia, tienen su fondo de pensiones, y ahora tiemblan por su futuro. Dicen que ha bajado su patrimonio, que sus pensiones no están seguras, y temen que sus fondos un día puedan desaparecer. 

El trabajador medio convertido en especulador ya no vota a la izquierda sino a la derecha. Y todavía existe algo peor, muchos de los votantes de los partidos mayoritarios, saben muy bien lo que es trampear: engañar al fisco, vender a sobreprecio, obtener beneficios con el dinero negro, y pocos ponen reparos a la hora de mejorar su nivel de vida o de salir adelante con prácticas poco ortodoxas. Quizás por eso disculpan y comprenden a quienes lo hacen a gran escala. No hay que extrañarse de que en lugares como Valencia, en donde algunos políticos del PP están manchados por el caso Gurtel, la lluvia de votos apoyando estas opciones haya proporcionado holgadas mayorías absolutas a Camps o a los alcaldes del PP que apoyan a Camps y a otros imputados en la trama corrupta.

Ese es el desasosiego que nos queda. Y nos preguntamos si todos esos millones de votos que apoyan al PP son poco sensibles al despilfarro o a la corrupción o si va a ser bueno el dicho de que cada uno tiene los políticos que se merece.

Mientras esto ocurre, unos miles de acampados en numerosas plazas de ciudades españolas piden mayor democracia: que se elimine la corrupción de la vida pública y que el poder político no esté al servicio de los mercados financieros aplicando medidas que empobrecen a los trabajadores, los convierten en precarios o en parados, y crean generaciones sin futuro.

Pero, claro, la indignación parece ser de izquierdas. La derecha hoy no está indignada sino encantada. Aunque lluevan piedras sobre las cabezas de muchos de ellos.

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