sábado, 16 de marzo de 2019

LOS MIMBRES DE UNA SECESIÓN


Para dar un golpe secesionista se necesita el recurso de muy poca gente. Un presidente o una presidenta del Parlamento que dirija con mano firme el cambio de las leyes que permitan llevar a cabo de forma unilateral un referéndum de autodeterminación; un presidente del gobierno autonómico que no dude, o si lo hace sepa rectificar en el último momento, con la sangre fría suficiente para llevar a su gente al abismo, si no tiene sangre fría, o duda, nos conformaremos con un iluminado; una o dos personas que movilicen de forma continua a la gente en la calle, aún y cuando esa gente no represente a la mayoría necesaria para afrontar una consulta de autodeterminación; y al jefe de la fuerza armada, capaz de enfrentarse al poder del Estado para incumplir sus órdenes y sus leyes. Es decir, que con cuatro personas podemos llevar a cabo un auténtico golpe secesionista,  ponernos la Constitución por montera y amenazar la existencia de todo un Estado.  


Si además contamos con la colaboración de un medio de comunicación mayoritario y la inestimable y oportuna presencia de un Gobierno de la Nación incapaz de articular la respuesta necesaria en el momento oportuno, el hecho de que una comunidad autónoma pueda independizarse se vuelve cada vez más real. Eso es lo que se desprende de lo hasta ahora visto y oído en las jornadas del llamado Juicio al Procés, que tiene lugar en el Tribunal Supremo en Madrid. 


Sin esas cuatro personas, o al menos sin la participación de alguna de ellas, el castillo de naipes del independentismo catalán se vendría abajo. La estrategia es bien sencilla: desde un primer momento se cuenta con un importante asesoramiento legal, y también de un dinero importante o del apoyo de un grupo de empresarios que lo tengan, para llevar a  cabo el proyecto, o la hoja de ruta, como así le llamarán utilizando el eufemismo.  Porque, naturalmente, de lo que se trata es de avanzar paso a paso como si se  tratara de un juego. De forma pacífica, con acciones cada vez más arriesgadas, que una lleve de forma natural a la otra, hasta llegar al precipicio. Y a la  hora de saltar, o de desconectarse, como lo llaman algunos, hacerlo pensando en que el vacio hacia el que se encaminan es algo así como un gran colchón de algodón blanco, un paraíso que nos aguarda. Para llegar a creer eso tiene que haber existido previamente un lavado de cerebros importante, lo que otros llamarán obra de concienciación nacional,  construir un relato que nos aleje de la realidad.  Cuando miles o millones de personas obran impulsadas por una razón patriótica de liberación, cuando lo que intentan es liberarse de un Estado opresor que no les permite expresarse libremente, que les roba,  que no les permite mantener su identidad, cuando esto sucede, familias enteras se lanzan a las calles para luchar contra el Estado opresor. Y se sienten legitimadas para hacerlo, más allá  de las leyes supremas que ese Estado opresor tenga. En una situación de asfixia tan extrema se antepone la democracia al ordenamiento legal y se recurre a la necesidad que el pueblo tiene de independencia a través del voto popular, del sufragio en las urnas.


Pero imaginemos por un momento que las razones que han llevado a esas cuatro personas a plantear de forma unilateral ese referéndum de autodeterminación no sean ciertas. Que no se den las condiciones necesarias para llevarlo a cabo, es decir, que no cuenten con la mayoría clara y necesaria de la población que les apoye, o que ese Estado en el que viven tenga una Constitución democrática, o que la asfixia de la que nos hablan no exista más que en la cabeza de algunos, es decir, que todo sea una farsa, una farsa llevada a cabo, como decíamos, por unos pocos, que arrastran a muchos, y que afecta a toda una comunidad. Imaginemos que lo que pensamos no resulte, que no tenga el apoyo internacional pensado, que el Estado no lo permita, es decir que todo se vaya al traste, que unos tengan que huir del país para evitar responder de sus actos y otros sean detenidos, encarcelados y juzgados por sus actos, entonces articulamos el plan B, lo que pacientemente nuestros asesores legales nos  han recomendado hacer. Decir que todo era una irrealidad, que se trataba de un plan virtual, perder la  memoria cuando nos interroguen y seguir manteniendo que aquí no ha ocurrido otra cosa que un deseo natural de la ciudadanía por ejercer su derecho al voto, su derecho a decidir como pueblo, frente a un Estado poco democrático. Nos comparamos con el holocausto nazi, nos apropiamos de la figura de Ana Frank, aquella niña oculta en su sótano que iba escribiendo su diario conforme el totalitarismo se extendía por toda Alemania y por casi toda Europa; desacreditamos al Estado que nos juzga, y sea cual sea el resultado del proceso decimos que se trata de una juicio sin garantías, que los presos son presos políticos; seguimos manifestándonos en las calles para pedir la liberación de los presos, intentamos seguir manteniendo viva la llama de nuestra revolución en todo el mundo; a los escapados le llamamos exiliados políticos, y seguimos poniendo a nuestros inculpados como cabeza de cartel una y otra vez cada vez que se celebren elecciones en ese Estado al que seguimos denominando como opresor, antidemocrático y fascista. Eso sí, puede resultar una paradoja que nos manifestemos libremente en las calles de ese Estado paramilitar, que participemos en sus elecciones, que podamos volver a formar gobierno, que ese gobierno no hable de otra cosa que de la independencia y apoye a los presos sin que nada suceda, y que el Juicio al Procés se transmita en directo para que toda Europa y todo el mundo pueda seguirlo paso a paso.  Y esa paradoja puede resultar que ponga al descubierto el falso relato, sobre todo cuando veamos y escuchemos todo tipo de falsedades, de silencios que encubren la verdad, de falsos testimonios que llevan al perjurio, de dobles verdades, por parte de quienes de haber triunfado el golpe secesionista nos hubieran gobernado, en nombre de la verdad, de la libertad y de la independencia.