viernes, 26 de abril de 2019

UNOS INDECISOS NO TAN INDECISOS



La última encuesta del CIS muestra casi un 40% de indecisos, es decir, gente que todavía no ha tomado una decisión firme de a quién votar.  Este dato, así tomado, pudiera dar la impresión, tal y como reflejan repetidamente los medios de comunicación, de que un 40% de los españoles están, lo que se suele decir, mirando a la luna de Valencia. Los expertos que han realizado el muestreo dicen que no es así. Que no es cierto que casi la mitad de la población española no tenga decidido su voto. Que no sepan a qué partido político van a votar no quiere decir, ni debe de interpretarse así, que no sepan a qué opción política van a votar. 

Es cierto que existe una gran indecisión, como refleja la encuesta del CIS, sin embargo en esa gran masa de indecisos se encuentra un gran voto oculto y si se cambiara la pregunta de la muestra, y se les preguntara a los encuestados si van a votar a una opción de derechas o de izquierdas, ese cuarenta por ciento de indecisos quedaría reducido a una cifra muy pequeña. 

¿Qué es lo que creen los sociólogos de campo del CIS? Que ese cuarenta por ciento de indecisos que da la muestra no es real. Que la indecisión es grande pero que es muy posible que se encuentre definida dentro de los dos grandes bloques ideológicos que se enfrentan en estas elecciones. O dicho de otra manera, que el corrimiento de voto previsto no va a ir de la derecha a la izquierda, o viceversa, sino que se producirá dentro de los bloques ya que la fragmentación de partidos va a permitir afinar más el voto en esta ocasión. Es decir que los electores tiene bastante claro el bloque ideológico al que van a votar pero todavía no el partido al que van a dar el voto. ¿Cómo hemos de interpretar esto? Pues, sencillamente que estas elecciones no se pueden ver en clave de partidos políticos sino de bloques electorales. El Partido Popular, Ciudadanos, Vox, Unión del Pueblo Navarro y Foro Asturias, por un lado. Y por el otro, el PSOE junto a Podemos con sus confluencias y al PNV. Ignoramos la decisión que tomaría ERC. Los dos partidos canarios se repartirían, uno apoyando el bloque de derechas y el otro al bloque progresista.

De estas elecciones saldrían claros ganadores: Pedro Sánchez hará que el PSOE, por quien nadie daba ni un duro hace unos meses, rebase la barrera de los cien diputados, aumentando considerablemente su presencia en el Congreso. De Santiago Abascal se podrá decir que ha hecho resucitar a los muertos, que quizás no estaban tan muertos sino tan solo ocultos tras los pliegues del Partido Popular. Rivera, siempre argumentará que su partido no deja de crecer. Y, hasta es posible, que el preso Junqueras, vea desde su celda como ERC  toma las riendas del independentismo catalán y se sitúa como fuerza determinante a la hora de decidir la gobernabilidad en España. Curiosamente, Vox y ERC, dos formas extremas de ver el nacionalismo, podrían determinar la dirección del nuevo gobierno en su sentido o en el otro. A quien no me he referido es a Pablo Casado ni al PP porque creo que va a ser el gran perdedor de la noche. Sus militantes y sus votantes ya han iniciado el giro hacia Ciudadanos y hacia Vox. Sus 137 escaños son ya un sueño inalcanzable.

La derecha y la ultraderecha, más ilusionada que nunca, parece que van a ir a votar en bloque. La izquierda ha comenzado a mostrar su inquietud tras el masivo mitin de Valencia de Vox y esto podría hacer que muchos de ellos, los que no iban a votar el PSOE o los que están desilusionados con el rumbo de Podemos, acudan a votar aunque a regañadientes. La noche electoral del día 28 de abril va a ser seguida por millones de espectadores. Es posible que las televisiones, en sus programas especiales, registren unas audiencias nunca vistas, pues el interés que despierta el desenlace electoral es muy grande. 

El resultado que consiga cada uno de los partidos va a ser también decisivo. No es lo mismo que Vox tenga cincuenta diputados, es decir que se ponga prácticamente a la altura de Ciudadanos y cerca del PP, a la hora de imponer sus condiciones en un futuro pacto de gobierno, a que se quede en una horquilla entre los veinte y treinta diputados. O Podemos, que está remontando las expectativas que le dan las encuestas con un discurso más moderado y pragmático, a la hora de dialogar con el PSOE lo haría de forma diferente si consigue conservar sus 71 diputados, junto con sus confluencias, cosa harto difícil, o si se queda entre los treinta o cuarenta diputados. Creo que hoy la mayor duda que tiene gran parte del electorado de izquierdas está precisamente aquí, en el dilema que se les plantea: si votar a Podemos como fuerza necesaria para presionar al PSOE a la hora de realizar políticas de izquierdas en un posible gobierno, o votar a los socialistas para evitar que Podemos, de nuevo, pida lo imposible, evite el pacto, y llegue de nuevo la derecha, esta vez acompañado de un buen puñado de ultras, al gobierno.

Bajo las bambalinas hay quien no ha dejado de contemplar una tercera salida, que no es otra que un acuerdo Ciudadanos-PSOE. Y en esto se está trabajando. Pero es harto improbable. Primero porque Ciudadanos ya ha dicho que con el PSOE no gobernará y segundo, porque si se quiere solucionar o al menos aparcar el problema de territorialidad más grande que tiene España, que no es otro que impedir la independencia de Cataluña, Albert Rivera no parece el mejor compañero de viaje


jueves, 25 de abril de 2019

DEMASIADO TERRIBLE PARA SER VERDAD


Les voy a contar una historia, casi un cuento. Hace años, no muchos, durante lo que él mismo llamó la segunda transición, un periodista quiso gobernar España. Para ello tenía que derribar al presidente del Gobierno mediante un golpe de estado. Un golpe blanco, naturalmente. Un golpe incruento, sin sangre ni muertos. El tenía en sus manos un arma poderosa, un periódico, pero el presidente al que tenía que derribar había sido elegido en las urnas, una vez tras otra, con grandes mayorías. Así todo, el periodista quería derribarlo para ponerse  en su lugar, o a alguien que él mismo eligiera, ya que no le era posible presentarse a unas elecciones y ganarlas, por la sencilla razón de que muy pocos le votarían. Se trataba de una persona muy ambiciosa. Así que nada mejor que aliarse con el partido en la oposición para echar a aquel presidente del poder, nada menos que Felipe González. Primero intentó hacerlo valiéndose de una información privilegiada, en manos de un juez tan ambicioso como él, y estuvieron a punto de lograrlo. Es lo que conocemos hoy como el caso Gal, o dicho de otra manera, el terrorismo de Estado. Es cierto que no logró tumbarlo pero si debilitarlo de forma tan notable que en el año 1996, Felipe González, perdió las elecciones y dio paso a José María Aznar, del Partido Popular. 


Nuestro periodista gozó de enorme privilegios, pero no cesó de conspirar, esta vez contra el Rey Juan Carlos. Y, de nuevo, desde su periódico, propuso la necesidad de una República. El candidato sería  un atávico personaje de la transición, llamado García Trevijano. Pero el Rey, entonces, estaba custodiado por un general de indudable lealtad, el general Sabino Fernández Campo, al que había que eliminar, es decir sacar de la Zarzuela. Un buen día nuestro periodista, aliado con un banquero emergente que compartía con él la enorme ambición  de llegar al poder eludiendo las urnas, me refiero a Mario Conde, acudió a la Zarzuela para emponzoñar al Rey, para hacerle dudar de la lealtad de su general, tratarle como un delator, y expulsarle de la Zarzuela. Y también lo consiguió. No contento con ello al general se le dio un título nobiliario, conde de Latores. ¿Lo pillan? Por fin, pensó el periodista, estaba más cerca del poder. Ahora tan solo había que colocar las piezas en su sitio. Al banquero, Mario Conde lo llevaría a la presidencia del Gobierno, pero he aquí que salió rana y terminó con sus huesos en la cárcel por un delito económico. A última hora siempre había un imprevisto que impedía a nuestro periodista desarrollar su enorme ambición, pero no todo era mala suerte, él sabía cómo hacer del mal virtud. 


En el año 2004, horas antes de que los españoles votaran en otras elecciones generales, un atentado terrorista islamista hizo que los españoles negaran su confianza a Aznar y se la dieran a un socialista que presumía de tener baraka, buena suerte: José Luís Rodríguez Zapatero. De nuevo se alejaba nuestro periodista del poder. Había que derribar al nuevo presidente como fuera, y lo intentó desde el primer momento, negándole legitimidad democrática, y enseguida creando un ficticio complot y vertiendo sobre el nuevo presidente elegido la sombra de duda sobre el terrible atentado terrorista. De nuevo las casillas volvían a colocarse en el tablero en la  posición de partida. Y vuelta a empezar. Y de nuevo el azar, la suerte o la baraka, abandonó a Zapatero, que se vio arrastrado por una crisis económica mundial, la del año 2008,  y en otras elecciones generales, hubo de pasar de nuevo el poder al Partido Popular, al hombre que había designado Aznar como su sucesor en el partido, a Mariano Rajoy. 


Inasequible al desaliento el periodista de marras, intenta de nuevo resucitar su plan para derribar al Rey de la Zarzuela, y destapa un escándalo contra su yerno Urdangarín en el que el Rey se ve implicado o estaba implicado, eso difícilmente lo sabremos. Y de nuevo pone en juego su proyecto de una   República, y en los conciliábulos bien informados se cita el nombre de Aznar como nuevo presidente de esa República de nuevo cuño. Tres presidentes, Felipe González, José María Aznar y Rodríguez Zapatero caen bajo el hacha del terrorismo. Los dos primeros por el terrorismo de Estado y el terrorismo islamista, y el tercero por lo que ya se conoce como terrorismo económico.

El cuarto presidente de nuestro cuento, es gallego, que es tanto como decir que se las sabe todas, y debió pensar que nuestro periodista no podía seguir jugando a la política, así que llamó a los siete grandes empresarios de este país, al llamado poder económico y les pidió la cabeza de este periodista. Y se la dieron en bandeja de plata. Hasta aquí nuestra historia. Y colorín, colorado este cuento no se ha acabado. 


 Como en las películas de terror, una vez que creíamos al malo fuera de juego, este reaparece de nuevo y vuelve a amenazarnos. A las puertas de otras elecciones generales  el periodista, que no muerto sino mal enterrado, alza de nuevo la mano para decir aquí estoy yo. Y lo hace en el lugar menos esperado. En Televisión Española. Estoy seguro que le veremos de nuevo en alguna ocasión importante en esta misma cadena; que volverán los rumores, los intentos por subvertir la democracia, y más ahora que la derecha y la izquierda se presentan fragmentadas y que surge con fuerza la ultraderecha, cuando el nuevo gobierno resultante de las urnas puede resultar frágil.


Lo que ustedes se preguntaran es quien ha sido la mano que ha levantado la piedra para que el espíritu oscuro pudiera liberarse. Pero esta es otra historia, tan larga o más que la que nos ocupa. Demasiado terrible para ser verdad. Menos mal que se trata de un cuento. Otro cuento que merecerá la pena ser contado.  



sábado, 6 de abril de 2019

DE NUEVO, LOS VIEJOS FANTASMAS



Muy probablemente las elecciones generales del día 28 abril van a cambiar el panorama político español. Las últimas encuestas ya señalan en esa dirección y los líderes de los partidos políticos se posicionan por lo que pudiera pasar. Nadie duda que el ganador claro de las elecciones va a ser el Partido Socialista Obrero Español pero de ahí a que pueda gobernar hay un abismo. Por lo que parece PSOE y Podemos podrían no sumar y una alianza postelectoral que no se descarta sería la formada por el Psoe, Ciudadanos y Pnv pero está formula tiene dos problemas: que Ciudadanos no parece estar dispuesto y que Podemos ya ha anunciado que si de ellos dependiera no cuenten con su abstención pues votarían en contra, es decir le darían el Gobierno a la derecha más contumaz. Así las cosas, por lo que parece podríamos estar abocados a un Gobierno PP-Ciudadanos-Vox, una copia de la fórmula andaluza que se proyectaría también en gobiernos autonómicos y ayuntamientos con lo que el mapa político español daría un vuelco importante. 


En Cataluña, si nos fiamos de los sondeos,  parece que ERC ganaría las elecciones seguido a distancia de  Ciudadanos. El partido del huido Puigdemont bajaría notablemente y sus votos se irían a reforzar a la Cup que volvería ser una fuerza política importante a la hora de decidir alianzas de gobierno. Y el independentismo no deja de sumar adeptos, lentamente, pero sube. Y lo hará en mayor medida si se cumplen los vaticinios de un gobierno con la extrema derecha a nivel nacional. Eso es lo que está esperando el sector independentista catalán. Cuanto peor mejor. Romper la barrera del 50 por ciento y encaminarse hacia lo que Iceta ya anunció: una Cataluña con un 65 por ciento de votantes independentistas que haga realidad el sueño de la independencia. De esta manera Cataluña tendría un mayor apoyo internacional para sus fines, que no son otros que separarse de España. Estamos hablando a corto plazo. Tan es así que ya hay quien sopesa la posibilidad de acelerar al máximo el proceso y dinamitar el juicio que se sigue en el Tribunal Supremo en contra del intento independentista unilateral, en el caso supuesto de que se constituyera un gobierno de derecha extrema que trajera regresión en las leyes más importantes y viniera así a avalar el mantra tan extendido por los independentistas de que España no es una democracia plena. Si a eso unimos una actitud dura con el gobierno catalán, sea a través de la vía 155 o de otras medidas, que acrecienten la brecha separatista con el Estado español, entonces veríamos crecer  de nuevo el independentismo en Cataluña a la manera en que lo hizo con el gobierno Aznar.

 La campanada para esta nueva estrategia diseñada fuera de España, es decir en Bruselas, por el sector más radical del independentismo, sería el recomendar a las defensas más próximas a sus intereses, es decir las de Jordi Sánchez, Rull y Turull, y quizás también a la de Cuixart, que propicien un enfrentamiento frontal con el presidente del Tribunal que culmine con la expulsión de la defensa. Este gesto podría tener otros seguidores con lo que el juicio al Procés se iría al garete y comenzaría en Cataluña  de nuevo un clima de malestar creciente azuzado por los independentistas. Sea cual sea la sentencia del Tribunal esto parece importar poco a los encausados ya que, con todo probabilidad, intentarán acusar al tribunal de parcialidad iniciando una campaña internacional en contra que les lleve al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Es decir, llevar a Europa el problema. 

Los independentistas siguen ganando la partida. Han conseguido que crezca el nacionalismo español más rancio; que Ciudadanos abandone su línea centrista para apuntarse junto al PP en posturas más derechistas; han roto el poder de los Comunes en Cataluña haciendo que Podemos retroceda de forma importante y ahora de lo que se trata es de devorar al PSOE para impedir cualquier salida federalista al llamado problema catalán. Estas elecciones se juegan en clave nacionalista, un nacionalismo de derechas o de  ultraderecha, según se vea, algo que a las fuerzas de la izquierda nunca les ha producido especial atracción. Por lo que parece no hay  mejor cosa para resucitar a los muertos que mentar a los viejos fantasmas.