Hoy se encuentran
reunidos en México los dirigentes de los veinte países más poderosos del mundo para
intentar afrontar las consecuencias de la crisis financiera y encontrar una
salida. Este encuentro se produce en la
mejor de las situaciones posibles, cuando Grecia ha conseguido un gobierno
capaz de seguir las directrices de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional,
sin embargo, a pesar de esta buena noticia, los países mediterráneos siguen
siendo castigados por el insaciable mercado, España con una prima de riesgo que
llegaba a los 590 puntos en su diferencial con el bono alemán y un interés para
préstamos a diez años del 7,25%, una situación del todo insostenible.
¿Qué quiere decir todo
esto? Que los políticos más votados
por los ciudadanos de las naciones más poderosas del planeta no tienen el poder
real, que este ha sido y es suplantado cada día por el poder tecnológico y
financiero y que todo lo que ellos hagan y decidan en Los Cabos (México) es papel
mojado. Se trata tan solo de una representación. Lo mismo que las declaraciones
del presidente Rajoy que rozan el sainete cuando dice que ha sido él quien ha
presionado a Ángela Merkel; que no existe rescate; o aquellas promesas pronunciadas
no hace tanto de que si ganaba las elecciones él y su gobierno iban a reducir el
paro, la prima de riesgo y conseguir torcer el mal rumbo de nuestra castigada
economía. No ha dado ni una. Y no es su culpa, como tampoco lo fue la de
Zapatero: ambos son tan solo comparsas de una obra que ellos no han escrito ni
por supuesto han decidido representar.
Dice el presidente del
Banco Central Europeo, que lo malo de los socios castigados por la
deuda es que toman las decisiones mal y arrastras; también dice que hagan lo
que hagan da igual pues su destino ya está escrito. Y Dragui sabe de lo que habla,
no en vano ha sido él quien ha falseado las cuentas de Grecia, colaborando al hundimiento
de ese país.
Es la hora de los
enterradores y lo malo es que el cadáver todavía no sabe a qué hora va a ser
enterrado. Mientras tanto va de aquí para allá, asistiendo a las jornadas de la Eurocopa en
Holanda o a las reuniones del G-20 en México, sin más orientación que la de un
boxeador prácticamente noqueado a quien su entrenador y la afición anima cada
vez que besa la lona.
Si es cierto aquello
que dicen de que la economía es una cuestión de confianza estamos perdidos: ¿Quién va a confiar en unos políticos- ya sean los del PP
o los del PSOE- que no ven más allá de sus narices? ¿Cómo confiar en las cifras
de los Estados que falsean las cifras? ¿Acaso alguien se cree a estas alturas
las deudas declaradas por las Comunidades Autónomas? ¿O las de la Banca española?
Nadie cree
a nadie, nadie se cree nada. Y menos a
los veinte dirigentes de las naciones más poderosas del planeta. Esa incredulidad
es la que dispara el riesgo de los países, la que hace que la deuda y sus
intereses alcancen cifras estratosféricas, mientras tanto ellos, los actores
secundarios de este drama, se entretienen
en México, fotografiándose en grupo o pronunciando todo tipo de declaraciones. No hay que olvidar que también Nerón tocó el arpa viendo como
se incendiaba Roma