Les voy a contar una historia,
casi un cuento. Hace años, no muchos, durante lo que él mismo llamó la segunda
transición, un periodista quiso gobernar España. Para ello tenía que derribar
al presidente del Gobierno mediante un golpe de estado. Un golpe blanco,
naturalmente. Un golpe incruento, sin sangre ni muertos. El tenía en sus manos
un arma poderosa, un periódico, pero el presidente al que tenía que derribar había sido elegido en las urnas, una vez tras otra, con grandes
mayorías. Así todo, el periodista quería derribarlo para ponerse en su lugar, o a alguien que él mismo eligiera, ya que
no le era posible presentarse a unas elecciones y ganarlas, por la sencilla
razón de que muy pocos le votarían. Se trataba de una persona muy ambiciosa.
Así que nada mejor que aliarse con el partido en la oposición para echar a
aquel presidente del poder, nada menos que Felipe González. Primero intentó
hacerlo valiéndose de una información privilegiada, en manos de un juez tan
ambicioso como él, y estuvieron a punto de lograrlo. Es lo que conocemos hoy
como el caso Gal, o dicho de otra manera, el terrorismo de Estado. Es cierto
que no logró tumbarlo pero si debilitarlo de forma tan notable que en el año
1996, Felipe González, perdió las elecciones y dio paso a José María Aznar, del
Partido Popular.
Nuestro periodista gozó de enorme
privilegios, pero no cesó de conspirar, esta vez contra el Rey Juan Carlos. Y,
de nuevo, desde su periódico, propuso la necesidad de una República. El
candidato sería un atávico personaje de
la transición, llamado García Trevijano. Pero el Rey, entonces, estaba
custodiado por un general de indudable lealtad, el general Sabino Fernández
Campo, al que había que eliminar, es decir sacar de la Zarzuela. Un buen día nuestro periodista, aliado con un
banquero emergente que compartía con él la enorme ambición de llegar al poder eludiendo las urnas, me
refiero a Mario Conde, acudió a la Zarzuela para emponzoñar al Rey, para hacerle
dudar de la lealtad de su general, tratarle como un delator, y expulsarle de la
Zarzuela. Y también lo consiguió. No contento con ello al general se le dio un título
nobiliario, conde de Latores. ¿Lo pillan? Por fin, pensó el periodista, estaba
más cerca del poder. Ahora tan solo había que colocar las piezas en su sitio. Al
banquero, Mario Conde lo llevaría a la presidencia del Gobierno, pero he aquí que
salió rana y terminó con sus huesos en la cárcel por un delito económico. A
última hora siempre había un imprevisto que impedía a nuestro periodista desarrollar
su enorme ambición, pero no todo era mala suerte, él sabía cómo hacer del mal
virtud.
En el año 2004, horas antes de
que los españoles votaran en otras elecciones generales, un atentado terrorista
islamista hizo que los españoles negaran su confianza a Aznar y se la dieran a
un socialista que presumía de tener baraka, buena suerte: José Luís Rodríguez
Zapatero. De nuevo se alejaba nuestro periodista del poder. Había que derribar
al nuevo presidente como fuera, y lo intentó desde el primer momento, negándole
legitimidad democrática, y enseguida creando un ficticio complot y vertiendo
sobre el nuevo presidente elegido la sombra de duda sobre el terrible atentado
terrorista. De nuevo las casillas volvían a colocarse en el tablero en la posición de partida. Y vuelta a empezar. Y de
nuevo el azar, la suerte o la baraka, abandonó a Zapatero, que se vio arrastrado
por una crisis económica mundial, la del año 2008, y en otras elecciones generales, hubo de pasar
de nuevo el poder al Partido Popular, al hombre que había designado Aznar como
su sucesor en el partido, a Mariano Rajoy.
Inasequible al desaliento el
periodista de marras, intenta de nuevo resucitar su plan para derribar al Rey
de la Zarzuela, y destapa un escándalo contra su yerno Urdangarín en el que el
Rey se ve implicado o estaba implicado, eso difícilmente lo sabremos. Y de
nuevo pone en juego su proyecto de una República, y en los conciliábulos bien
informados se cita el nombre de Aznar como nuevo presidente de esa República de
nuevo cuño. Tres presidentes, Felipe González, José María Aznar y Rodríguez Zapatero
caen bajo el hacha del terrorismo. Los dos primeros por el terrorismo de Estado
y el terrorismo islamista, y el tercero por lo que ya se conoce como terrorismo
económico.
El cuarto presidente de nuestro
cuento, es gallego, que es tanto como decir que se las sabe todas, y debió
pensar que nuestro periodista no podía seguir jugando a la política, así que llamó
a los siete grandes empresarios de este país, al llamado poder económico y les
pidió la cabeza de este periodista. Y se la dieron en bandeja de plata. Hasta
aquí nuestra historia. Y colorín, colorado este cuento no se ha acabado.
Como en las películas de terror, una vez que creíamos al malo fuera de juego, este reaparece de nuevo y vuelve a amenazarnos. A las puertas de otras elecciones generales el periodista, que no muerto sino mal
enterrado, alza de nuevo la mano para decir aquí estoy yo. Y lo hace en el
lugar menos esperado. En Televisión Española. Estoy seguro que le veremos de
nuevo en alguna ocasión importante en esta misma cadena; que volverán los
rumores, los intentos por subvertir la democracia, y más ahora que la derecha y
la izquierda se presentan fragmentadas y que surge con fuerza la ultraderecha,
cuando el nuevo gobierno resultante de las urnas puede resultar frágil.
Lo que ustedes se preguntaran es
quien ha sido la mano que ha levantado la piedra para que el espíritu oscuro
pudiera liberarse. Pero esta es otra historia, tan larga o más que la que nos
ocupa. Demasiado terrible para ser verdad. Menos mal que se trata de un cuento. Otro cuento que merecerá la pena ser contado.
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