Un error de bulto pudo haber llevado a analistas y expertos de la economía mundial a cometer el mayor error de sus vidas. Atemorizados por el gran impacto de la crisis financiera mundial determinados políticos y sus asesores económicos se lanzaron inmediatamente a auxiliar a las entidades en bancarrota para así evitar que en su caída pudieran arrastrar al sistema económico mundial, globalizado e interdependiente entre sí. Algo así como si ante una gran epidemia los gobiernos se fijaran antes en el los laboratorios farmacéuticos que en los enfermos y en lugar de acudir de inmediato en ayuda de los ciudadanos se apresurara a inyectar su capital en las multinacionales que han creado el virus mortal.
Esta alarma mundial ante la crisis financiera ha tenido dos efectos: por un lado debilitar enormemente las reservas de los Estados y por la otra supeditar sus decisiones políticas al terreno económico. Un regalo impagable para el capital financiero mundial que enseguida se ha hecho con las riendas de todo y es quien de verdad está administrando la crisis sometiendo a países completos y destruyendo millones de puestos de trabajo en toda Europa.
Los responsables primeros de todo esto han sido los políticos que se han dejado abducir por los gurús del mundo financiero y por sus empresas de calificación de riesgo: políticos lobotomizados e ignorantes, desconcertados ante la debacle económica de una docena de entidades bursátiles con centro del Wall Street.
Hoy vemos como el presidente Obama arremete contra estas entidades acusándolas de engaño y el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, no duda en afirmar que todo ha sido una gran equivocación de los gobiernos pues lo que realmente, a su juicio, había que haber hecho era salir de inmediato en ayuda de los parados y no dejarse impresionar por la deuda externa de los países en problemas.
A buenas horas mangas verdes.
Ahora ya nos encontramos en caída libre en un pozo sin fondo.
Los ciudadanos asistimos con estupor y miedo al desconcierto de los políticos, a su incapacidad para salir de esta crisis, a su propio pavor cuando los llamados mercados hacen temblar las bolsas de todo el mundo o las agencias de calificación poner a los países al borde del rescate.
A estas alturas hasta el más tonto sospecha que todos los sacrificios impuestos a la población más débil económicamente hablando no han servido para arreglar nada y menos para satisfacer los deseos insaciables de la economía financiera empeñada en someter a la economía real a sus dictados y convertir a los trabajadores en meros peones de un juego que desconocemos hasta donde y cuando ha de terminar.
Ahora el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional nos anuncian otra crisis de enormes dimensiones. No nos dicen cual es la causa. Tan solo hablan de la deuda soberana como si esta fuera la causa de todos los males y no al revés. Tal y como dice Joaquín Estefanía en el diario “el País”: “La crisis es la que ha causado el déficit y la deuda pública, no han sido el déficit y la deuda pública quienes han traído la gran recesión”
Resulta penoso y lamentable observar la escasa preparación de nuestros políticos que se entretienen en discutir la limitación del gasto en las comunidades autónomas (a partir del año 2.020) aduciendo que se trata de un golpe de estado contra la sociedad el bienestar y contra el gasto social obviando en su debate el nudo gordiano de todo que no es otro que la forma en cómo se reparte el presupuesto. Felipe González dice que lo que realmente define el gasto social no es el límite en los presupuestos sino “la prioridad que se le dé a una cosas y otras”.
“¿Mira que si se llegan a haber equivocado?”, murmuran políticos, periodistas y economistas en las comidas-tertulia de estos días. Y mientras tanto, atónitos, aguardamos el siguiente golpe que nos va a asestar el enemigo invisible, al que unos llaman mercado y otros poder financiero mundial, como quien aguarda una catástrofe natural inevitable.
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