sábado, 21 de marzo de 2020

LA PANDEMIA Y LA DESINFORMACIÓN


Siento estar en desacuerdo con nuestro monarca, Felipe VI, pues no creo que el coronavirus y sus consecuencias vayan a ser un paréntesis en nuestras vidas. A mi parecer, nada volverá a ser igual. Siempre habrá alguien dispuesto a aprovechar la pandemia y la gran debacle económica que arrastra tras de sí en beneficio propio. 

La carrera ya ha comenzado: Ray Dalio, una de las personas más poderosas en el mundo de las finanzas, presidente del fondo de inversión Bridgewater Associates, provocó el pasado día 9 de marzo una de las mayores caídas que recuerda la Bolsa española, aprovechando el pánico del coronavirus y la caída del precio del petróleo. Se trata de gente que juega a la contra. Que apuesta por el desastre y se enriquece con él.


De este encierro programado de una buena parte de la población mundial se están sacando numerosas enseñanzas y no todas positivas. Veo como la gente, en general, ve el crecimiento del teletrabajo como una nueva oportunidad cuando el virus nos de tregua, sin embargo no puedo dejar de acordarme de lo que en el año 2005 me decía el economista y sociólogo Jeremy Rifkin: que el proceso de deslocalización que estaba llevando a cabo el capital mundial en el terreno laboral tendería en pocos años hacia el teletrabajo; que una de cada tres personas trabajaría desde su casa y, muy probablemente, ello llevaría al trabajador europeo a tener que competir en inferioridad de condiciones en un marco laboral globalizado en el que lo que iba a predominar era el trabajo precario.


Otra de las enseñanzas a tener en cuenta es el papel jugado por internet y las redes sociales. Comprobar lo frágiles que somos frente a la desinformación y lo sencillo que puede resultar jugar con todos nosotros. Encerrados y manejados como muñecos a distancia. Cualquiera de los sociólogos estudiosos del comportamiento de masas del siglo XX nos dirían, gritando, desde sus tumbas: “¿Acaso no recordáis los que os repetíamos una y otra vez?”. “No, – responderíamos – no nos acordamos porque nos hemos olvidado de leer.”


Estamos enganchados a los teléfonos móviles, a la tablet, al ordenador, a los relojes inteligentes, y todo ello en lugar de ayudarnos nos ha debilitado enormemente. Élites, líderes, masas, poder, democracia, de todo esto nos hablaban Vilfredo Pareto, Gaerano Mosca y Robert Michells. Quizás hoy estos nombres no signifiquen ya nada y hayan sido sustituidos por otros como Beyonce, Shakira, Kin Kardashian, Cristiano Ronaldo, Donald Trump o Greta Thumberg, pero os puedo asegurar que hace años, en las universidades, eran muy tenidos en cuenta. Es cierto que eran otros tiempos. Que entonces hablábamos del pensamiento crítico, le dábamos gran importancia a la historia o a la filosofía, tomábamos notas con un cuaderno y un lápiz o bolígrafo y cuando nuestros profesores nos hablaban la de sociedad de masas y estudiábamos a Eco, a Mattelart o a Enzensbergen, sus advertencias y sus enseñanzas calaban en todos nosotros.


Hoy nos comportamos como un “rebaño desconcertado” y, tal y como nos advertían nuestros maestros, el periodismo se ha transmutado buscando nuevos formatos como la tertulia o el falso debate en el que campan a sus anchas nuevos personajes creados a imagen y semejanza de las cadenas para aumentar su audiencia.


Allá por los años sesenta, el  ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, gustaba de investir a los periodistas al modo del rey Arturo en Camelot. En una ocasión, durante una visita a la Alhambra de Granada, hizo arrodillarse ante él a uno de los guardas y lo invistió allí mismo periodista. A los pocos días este señor, para su sorpresa, recibió el carnet de prensa en su domicilio. De tal forma actúan hoy algunos conductores de los programas televisivos, estrellas de opinión que no dudan en fichar a famosos o nuevas promesas a los que ante el público invisten y presentan como “analistas políticos” o “politólogos. Estos sustituyen a las voces informadas, a los auténticos profesionales, y en su ignorancia llevan la osadía hasta tal punto que difunden todo tipo de opiniones, (gran parte de las veces, medias verdades entre las que cuelan todo tipo de elucubraciones), creando desconcierto y miedo entre la gente.   


La pandemia del coronavirus se ha convertido también en la pandemia de los teléfonos móviles. No dejan de sonar día y noche, son los miles de mensajes que unos transmiten a los otros, las emisiones en cadena de videos que transitan a la velocidad de la luz con contenidos falsos: unos recomiendan hacerse vahos con agua muy caliente, otros mantener unos minutos la respiración, otros no tomar ibuprofeno, condenan a los políticos por incapaces y extienden el virus de la intoxicación. Su origen está en países interesados en utilizar la pandemia como plataforma para desestabilizar a la ciudadanía europea. Las redes sociales echan humo y el pensamiento crítico ni está ni se le espera.

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