Siento estar en desacuerdo con
nuestro monarca, Felipe VI, pues no creo que el coronavirus y sus consecuencias
vayan a ser un paréntesis en nuestras vidas. A mi parecer, nada volverá a ser
igual. Siempre habrá alguien dispuesto a aprovechar la pandemia y la gran
debacle económica que arrastra tras de sí en beneficio propio.
La carrera ya ha comenzado: Ray Dalio, una de
las personas más poderosas en el mundo de las finanzas, presidente del fondo de
inversión Bridgewater Associates, provocó el pasado día 9 de marzo una de las
mayores caídas que recuerda la Bolsa española, aprovechando el pánico del
coronavirus y la caída del precio del petróleo. Se trata de gente que juega a
la contra. Que apuesta por el desastre y se enriquece con él.
De este encierro programado de
una buena parte de la población mundial se están sacando numerosas enseñanzas y
no todas positivas. Veo como la gente, en general, ve el crecimiento del
teletrabajo como una nueva oportunidad cuando el virus nos de tregua, sin
embargo no puedo dejar de acordarme de lo que en el año 2005 me decía el economista
y sociólogo Jeremy Rifkin: que el proceso de deslocalización que estaba
llevando a cabo el capital mundial en el terreno laboral tendería en pocos años
hacia el teletrabajo; que una de cada tres personas trabajaría desde su casa y,
muy probablemente, ello llevaría al trabajador europeo a tener que competir en
inferioridad de condiciones en un marco laboral globalizado en el que lo que
iba a predominar era el trabajo precario.
Otra de las enseñanzas a tener en
cuenta es el papel jugado por internet y las redes sociales. Comprobar lo
frágiles que somos frente a la desinformación y lo sencillo que puede resultar
jugar con todos nosotros. Encerrados y manejados como muñecos a distancia. Cualquiera
de los sociólogos estudiosos del comportamiento de masas del siglo XX nos dirían,
gritando, desde sus tumbas: “¿Acaso no recordáis
los que os repetíamos una y otra vez?”. “No,
– responderíamos – no nos acordamos
porque nos hemos olvidado de leer.”
Estamos enganchados a los
teléfonos móviles, a la tablet, al ordenador, a los relojes inteligentes, y
todo ello en lugar de ayudarnos nos ha debilitado enormemente. Élites, líderes,
masas, poder, democracia, de todo esto nos hablaban Vilfredo Pareto, Gaerano
Mosca y Robert Michells. Quizás hoy estos nombres no signifiquen ya nada y
hayan sido sustituidos por otros como Beyonce, Shakira, Kin Kardashian,
Cristiano Ronaldo, Donald Trump o Greta Thumberg, pero os puedo asegurar que
hace años, en las universidades, eran muy tenidos en cuenta. Es cierto que eran
otros tiempos. Que entonces hablábamos del pensamiento crítico, le dábamos gran
importancia a la historia o a la filosofía, tomábamos notas con un cuaderno y
un lápiz o bolígrafo y cuando nuestros profesores nos hablaban la de sociedad
de masas y estudiábamos a Eco, a Mattelart o a Enzensbergen, sus advertencias y
sus enseñanzas calaban en todos nosotros.
Hoy nos comportamos como un “rebaño
desconcertado” y, tal y como nos advertían nuestros maestros, el periodismo se ha
transmutado buscando nuevos formatos como la tertulia o el falso debate en el
que campan a sus anchas nuevos personajes creados a imagen y semejanza de las cadenas
para aumentar su audiencia.
Allá por los años sesenta, el ministro de Información y Turismo, Manuel
Fraga Iribarne, gustaba de investir a los periodistas al modo del rey Arturo en
Camelot. En una ocasión, durante una visita a la Alhambra de Granada, hizo
arrodillarse ante él a uno de los guardas y lo invistió allí mismo periodista. A los pocos
días este señor, para su sorpresa, recibió el carnet de prensa en su domicilio.
De tal forma actúan hoy algunos conductores de los programas televisivos, estrellas de
opinión que no dudan en fichar a famosos o nuevas promesas a los que ante el
público invisten y presentan como “analistas políticos” o “politólogos. Estos
sustituyen a las voces informadas, a los auténticos profesionales, y en su
ignorancia llevan la osadía hasta tal punto que difunden todo tipo de opiniones,
(gran parte de las veces, medias verdades entre las que cuelan todo tipo de
elucubraciones), creando desconcierto y miedo entre la gente.
La pandemia del coronavirus se ha
convertido también en la pandemia de los teléfonos móviles. No dejan de sonar
día y noche, son los miles de mensajes que unos transmiten a los otros, las
emisiones en cadena de videos que transitan a la velocidad de la luz con
contenidos falsos: unos recomiendan hacerse vahos con agua muy caliente, otros
mantener unos minutos la respiración, otros no tomar ibuprofeno, condenan a los
políticos por incapaces y extienden el virus de la intoxicación. Su origen está
en países interesados en utilizar la pandemia como plataforma para desestabilizar
a la ciudadanía europea. Las redes sociales echan humo y el pensamiento crítico
ni está ni se le espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario