El ex ministro de asuntos exteriores británico, David Owen (1977-1979), ha escrito un libro que con este título nos da cuenta de cómo numerosos dignatarios del mundo han podido tomar sus decisiones más importantes, aquellas capaces de desencadenar una guerra o de llevar a un país al desastre, bajo el influjo de alguna perturbación mental o grave enfermedad física que ha reducido sensiblemente sus facultades, cuando no presos de una enervación mental producida por el mismo ejercicio del poder. Owen, habla de aquellos personajes que han detentado un poder real en la historia, desde Stalin, Hitler, Churchill, Roosevelt, Mao, De Gaulle, Kennedy y otros que han dibujado los mapas del mundo del siglo XX. En la segunda parte de su libro vemos como estos gigantes se han empequeñecido hasta convertirse en enanos y nos muestra a Bush, Blair, Reagan y otros políticos que se limitan a seguir instrucciones de otros, representando ante el mundo el papel de dirigentes sin serlo.
Se trata del noble arte de la simulación del que hace muchos años dejó constancia Maquiavelo en su libro, más bien un manual de conducta, “El Príncipe”.
Leyendo la última parte del libro de Owen no he podido por menos que recordar a R. Kapuscinski, un maestro del periodismo, quien en su libro “El Emperador” nos cuenta como en Etiopia, Haile Selassie, un monarca absoluto que se creía descendiente directo del rey Salomón y que gobernó su país durante casi cincuenta años empobreciendo a su pueblo hasta límites poco admisibles, ejerció de forma magistral el arte de la simulación hasta tal punto que cuando fue finalmente derrocado por un grupo de jóvenes militares y se formó un Consejo de la Revolución tras el golpe de estado Selassie seguía viviendo en su palacio, luciendo el uniforme con las condecoraciones militares, y se dirigía a su pueblo como si fuera él quien daba las órdenes cuando realmente no era otra cosa que un títere en manos de los militares. Esta forma de ejercer el poder, esta forma de simulación es la que se ha extendido como una gran mancha de aceite por gran parte de Europa en el siglo XXI.
Se trata de “los nuevos emperadores”. Personas para quienes representar el papel de gobernantes, que no detentar el poder, es lo más importante. El ejercicio de su cargo reside en la simulación, en la complicidad con los medios de comunicación que amplifican el engaño. Estos Haile Selassie de nueva cuña, saben que su descrédito es grande pero ellos, como el emperador, repiten constantemente que todo lo que hacen es necesario; que todo es en beneficio del pueblo; para evitar males mayores, y que han hecho lo que tenían que hacer o lo que no han tenido más remedio que hacer. Los “emperadores” cambian como los fusibles: cuando uno se funde existe un recambio inmediato. No se trata de nada importante; de nada que preocupe realmente a quienes mandan.
Todo se traduce en una sucesión de nombres de los que en unos años no quedará ni la menor huella. A ellos se les seguirán respetando determinado tipo de prebendas: coche oficial, una buena remuneración durante toda su vida, secretaria, escoltas, etc. además de permitirles enriquecerse a base de conferencias, libros, o asistencias a consejos de administración, todos ellos trabajos muy bien remunerados.
Como nos cuenta Owen en su libro uno no sabe muy bien si se trata del ansia del poder o de una enfermedad. Lo cierto es que unos y otros, aunque se enfrenten mediáticamente en posturas muy encontradas desde ideologías diferentes, no tardan en comprenderse, en protegerse y en ayudarse a la hora de luchar por sus prebendas.
Los ex presidentes Aznar y Felipe González, en plena crisis económica, después de aconsejar a todos los españoles que era necesario apretarse el cinturón, bajar el sueldo a los funcionarios y empobrecer a los pensionistas, se negaron a renunciar a alguno de sus cargos en las grandes empresas privadas, incompatibles con el dinero que están cobrando del erario público, contribuyendo ellos y muchos otros altos cargos con actitudes similares al descrédito político que invade a los ciudadanos.
Estos “emperadores”, estos maestros de la representación, nos llaman regularmente a las urnas para que les votemos, amenazándonos con un futuro peor si no lo hacemos, como si no hubiera vida más allá de ellos o de sus máquinas electorales, de los partidos políticos mayoritarios que han llegado a la desfatachez de no permitir ni siquiera a los periodistas afines que elaboren su información sino que les imponen, con el beneplácito de los directores de los medios, sus “informaciones” ya manipuladas.
En estas condiciones se no pide a los ciudadanos que acudamos a las urnas, habiéndose convertido las elecciones en una trifulca mediática, sin el menor ánimo de cambio en las actitudes, en la forma de gobernar o en la defensa de los intereses ciudadanos. Unos y otros son caras de la misma moneda. Todos ellos practican la representación. Lo que los diferencia es la forma en como interpretan sus papeles. Unos son más profesionales en su actuación. Los otros, meros payasos.
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