El 18 de diciembre de 1995, en un
programa de investigación que analizaba los años de gobierno, titulado “Las seis caras de
Felipe González”, se daba un retrato del giro copernicano del entonces presidente que arrancaba como un convencido marxista, hasta su renuncia en el
28 Congreso, pasando por la socialdemocracia y llegando al liberalismo más en
boga, sobre todo en política económica, asumiendo los postulados neoliberalistas
de Milton Friedman de que hay que dejar al mercado que se autoregule sin que el
Estado intervenga para nada. Atrás quedaban los años de la intervención de
Rumasa o la reconversión industrial de la línea blanca en Sagunto siendo
sustituidos por lo que entonces se conoció como la “beautifull people”, es
decir , la gente guapa que veranea en la milla de oro de Marbella y que bajo la
batuta de Miguel Boyer, Ministro de Economía, o de Carlos Solchaga , Ministro
de Industria, se abandera la economía de mercado más dura, con declaraciones
como que España era un buen país para enriquecerse rápidamente.
Solchaga fue un
liberalizador compulsivo, Felipe González un hooligan de la economía social de
mercado, Miguel Boyer y sus chicos de la Escuela de Chicago a los que pone al frente de los grandes organismos estatales- algo así como meter a la zorra en el gallinero- completan
la plantilla de lo que ellos llamaron "la modernización de España" y que fue, ni
más ni menos, que poner los cimientos de cientos de privatizaciones - la venta en
parcelas de todo lo público- que más tarde completó el Gobierno de José María Aznar
y prosiguió con José Luís Rodriguez Zapatero bajo los auspicios de su consejero aúlico, Pepiño Blanco, encargado de minusvalorar todo el capital de los aeropuertos españoles y ponerlos a precio de saldo. Unos
y otros, PP y PSOE, seguían los dictados de los grandes organismos
internacionales alejándose cada día más de sus ideas, de su electorado y
atendiendo a veces, incluso, a intereses personales.
Véase en donde se encuentra hoy
cada uno de estos actores y las banderas
que defienden. Felipe González, el hombre de las seis caras, sentado en
consejos de administración de las grandes multinacionales, lo mismo que José
María Aznar, y convertido en lobista de la energía nuclear, en el
amigo invisible del multimillonario mexicano, Carlos Slim, y en el propagandista
más acérrimo de la necesidad de llegar a acuerdos de Estado entre el PP y el
PSOE. Hoy mismo, el maniquí, Pedro Sánchez, un líder cosido con alfileres, que
lo mismo trepa a una montaña mientras una cámara le está grabando que asiste al
programa basura Salvame, afirmaba ante los periodistas de que lo realmente
revolucionario era precisamente eso: llegar a pactos con el PP. Estupefacción. Y ya ha
comenzado a transitar por ese camino, apostando por una reforma del Código
Penal durísima o afirmando que el fin del túnel de la crisis ya ha comenzado y
que las políticas económicas de Rajoy están comenzando a dar resultados. Hace menos
de una semana decía lo contrario.
La socialdemocracia entendida al
modo de Felipe González o de sus principales aliados en los inicios de la transición democrática-
Bettino Craxi en Italia o Carlos Andrés Pérez en Venezuela, acusados de saqueo y
corrupción, no se parece en nada a lo que el vulgar de los ciudadanos entiende
por ese concepto. Es como cuando se le pone el espejo a un vampiro que
nunca podemos ver su imagen reflejada.
Felipe González, el de las seis caras,
que pasó de ser presidente del Gobierno, a formar parte de la cuadra del grupo Prisa bajo la batura de Polanco y de
Juan Luís Cebrían, o a sentarse en el Consejo de Administración de Gas Natural,
o a lobista pro-nuclear, hoy se postula como hombre puente entre el Partido
Popular y el Partido Socialista Obrero Español, para intentar un pacto de
legislatura o un Gobierno de coalición en las futuras elecciones generales que
se han de celebrar dentro de unos meses en nuestro país.
Lo dicho, cosas de vampiros.
Lo dicho, cosas de vampiros.
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