jueves, 9 de abril de 2020

¡ DEJEN SALIR A LOS NIÑOS !


Hoy les toca a ellos, a los niños y niñas del confinamiento: a quienes lo llevan con un talante estupendo; a quienes nos dan la alegría perdida en estos difíciles días; a esos seres pequeños y a veces hasta diminutos, con esos cerebros tan puros, tan limpios y tan imaginativos.


De pronto, les hemos retirado de sus colegios, les hemos aislado de sus amigos, les hemos prohibido estar con ellos, a muchos, les hemos separado de sus padres separados. Prohibido la bici, el patín, la natación, las carreras y todo tipo de deporte o movimiento. Hemos inmovilizado a quienes más necesidad tienen de moverse. Y no por unas pocas horas, ni por un fin de semana, como si de un castigo se tratara. Nada menos que casi un mes. Un día tras otro.


Los primeros días de confinamiento, mi nieto de siete años, a quien tanto quiero y quien tanto me quiere, me daba sabios consejos. Me decía: “abuelo, por favor, ten paciencia. No salgas de casa. Por favor, no te contamines. Y sobre todo no vengas a verme”. Si, porque lo único que deseaba era coger el coche, recorrer los seis kilómetros que separan mi casa de la de mi hija, y poder abrazarles, jugar y tocar a mi nieto. Seguí sus recomendaciones y me quedé en casa.


La segunda semana, para entretenerme y entretenerse, mi nieto adaptó el juego de ajedrez al teléfono móvil. El ponía el tablero y los dos echábamos unas partiditas. Luego vinieron las Damas, la Oca y algún que otro juego más.


La tercera semana, su imaginación ideó otro tipo de distracción. La colección de cromos Fantasy Rider, que todavía tenía incompleta. Mi mujer compraba los cromos en el quiosco, él abría el álbum, y nosotros, desde nuestra casa, con la mirada fija en la pantalla del móvil, íbamos extrayendo uno a uno los cromos con la menor diligencia posible para así alargar el juego y proporcionar un poco de intriga al momento. Si el cromo que salía era nuevo, mi nieto abandonaba su silla y nos dedicaba un baile al ritmo de una música trepidante que salía de un curioso muñeco de plástico que le había traído su madre de un viaje a Budapest. Así casi llegamos a completar la colección.


La cuarta semana, mi nieto, no sabiendo muy bien como distraer a su abuelo, me propuso la lectura de tres capítulos de un libro cada día. El elegía, en su poblada biblioteca, un libro y me lo leía dramatizando la lectura para darle así mayor énfasis, mientras yo como un poseso, recorría de un lado al otro el corto y estrecho pasillo de mi casa.


Y todo esto lo hizo con el mayor cariño y dedicación, sin que ni tan siquiera un solo día le abandonara el buen humor. Pensaba más en mí y en su abuela, que en él mismo. Es un crack. Y le quiero mucho. Creo que haría cualquier cosa por él.


El momento de demostrar lo que digo no tardaría en llegar. Se conoce que mi nieto debió de apercibir en algún momento que mi ánimo podría estar decayendo pues, coincidiendo con los rumores que comenzaban a llegar respecto a una nueva prórroga del confinamiento - una prórroga de la prórroga  – recibí un mensaje en forma de video en el que aparecía él en la cocina de su casa con el siguiente mensaje: “Hola, familia. Hoy os quiero retar al desafío de la harina y algún otro ingrediente que vosotros queráis añadir, pero, insisto: harina, si. Harina, si. Harina, si. Y quiero retar a mi abuelo, a mi prima Ana y a mi tío David. Haced lo que vais a ver”. Y, para mi sorpresa,  sumergió su cara en una fuente llena de harina y con la cara totalmente blanca, dirigiéndose a cámara, se explotó un huevo en la cabeza. 

El video me impactó. Y ese impacto provocó en mi dos reacciones diferentes. La primera fue pensar que si mi nieto era capaz de hacer aquello para sorprender a su abuelo yo, al menos, tendría que estar a la altura de las circunstancias, así, que ni corto ni perezoso, intenté emularlo.


En la cocina de mi casa, con mi mujer grabándolo todo, sumergí mi cabeza en un plato de harína y me tiré por la cabeza un cartón de leche. Mi sobrina Ana, lo hizo con ketchup. Y David con una mezcla repugnante de los productos que encontró en su cocina.


El juego, pensé, se pondría convertir en viral y podría contagiar a miles de niños de toda España, recluidos como mi nieto, por eso decidí mantenerlo en el ámbito estricto de mi familia.


La otra cosa que pensé, es que llegados a este momento, y habida cuenta del cariño que mi nieto y yo nos profesamos, y no sabiendo hasta dónde puede llegar su imaginación, ante cualquier otro reto que pueda poner en peligro tanto mi integridad física como mi moral o mi imagen pública, es por lo que pido encarecidamente a quien o quienes corresponda, políticos o científicos, que, por favor, dejen salir de casa a los niños. 

Que ya me encargaré yo cuando pueda pisar la calle de levantarles un monumento a todos estos pequeños héroes que todos los días nos dan tan gran ejemplo con su buen humor, su generosidad y su espíritu solidario.

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