Esta mañana la Guardia Civil
detuvo a un hombre que venía de Sevilla a Madrid. Argumentó que venía a comprar
pan. El guardia miró con sorpresa al individuo. “Si, pan para mi madre que es celíaca”.
“Pero,
hombre- le respondió el guardia- ¿acaso no había en Sevilla ninguna panadería
cerca de su casa que vendieran ese tipo de pan”. “Si, agente- respondió
el hombre- pero es que mi madre vive en Madrid”.
En una carretera comarcal, de la
provincia de Soria, otra pareja de la
Guardia Civil, detuvo a un hombre y a una mujer que iban juntos en el coche,
uno al lado del otro. Al ser informados de que aquello estaba prohibido, el
respondió: “ya lo sé, agente, pero resulta que yo me desmayo y necesito que mi
mujer vaya a mi lado para coger el volante en caso de que me dé el telele”
“El
telele se lo voy a dar yo a usted , le dijo el guardia. Ande, tenga esta multa y regresen inmediatamente
a su casa” Y no se lo van a creer pero en ese momento se desmayó de
verdad.
Ayer, en Guadalajara, han
detenido por cuarta vez en una semana a una chica que iba haciendo footing con
su perro. Al ser detenida argumentó que tenía que sacar al perro a pasear. El policía
municipal montó en cólera. Y no es de
extrañar, si tenemos en cuenta de que el perro era de goma.
Estos y otros casos parecidos
suceden a cientos cada día en nuestro país. E incluso hay otros casos menos
simpáticos que terminan en detención. Es cuando los ciudadanos se acuerdan de
la familia de los guardias que le detienen, especialmente de sus mujeres y de sus
madres. Y es que hay gente que lleva muy mal el aislamiento. Sin ir más lejos,
en mi barrio detuvieron a una persona que se hacía pasar por sordomuda, para
así no explicar su conducta inexplicable. Otro salió a pasear su tortuga. Un
tercero dio una fiesta a sus vecinos diciendo que podían beber y bailar siempre
que guardaran los dos metros de seguridad.
Hay un sinfín de casos, hasta
reunir los 13.000 cada semana, y muy especialmente cuando se acerca el sábado y
abandonan la ciudad para irse al campo o a la playa.
En Alicante, en la playa de San
Juan, tuvieron que salvar de morir ahogado a un señor de ochenta años que no sabía
nadar. Y es que estaba tan tranquilo
tomando el sol y cuando vio que se le acercaba una pareja de policías se fue
corriendo al agua no dándose cuenta de que había una especie de escalón natural
en el fondo que le hizo hundirse y pedir socorro.
Son innumerables los casos que
relatan los mandos de la Policía y de la Guardia Civil en las ruedas de prensa
en las que comparecen los representantes de los ministerios de Sanidad,
Interior, Ejército y Guardia Civil.
Cuando habla la representante de
Sanidad no le hago ni caso pues desde que Fernando Simón cayó con el coronavirus,
su sustituta, que deja mucho que desear en el terreno de la comunicación, me
comunica una gran desidia y una gran tristeza y la verdad es que no estoy para
eso, pero en cuanto ella da paso al Director de la Guardia Civil dejo todo lo
que estoy haciendo y me abalanzo al televisor. Mi mujer, que está en otro cuarto
confinada, oye mis carcajadas y no se lo puede creer. Y cuando le toca el turno
al Director de la Policía y pasa a explicar lo ocurrido en su área de competencia,
es que me troncho. Tanto es así que he
ideado un formato de programa para las horas valle, aquellas en las que la gente
tiene menos oferta televisiva, un programa baratito con dos o tres personajes
reales: un policía de mi barrio y un primo de mi mujer que acaba de salir de la
Academia de la Guardia Civil y quiere parecerse al ex marido de Rociito. Estoy seguro de que será un éxito.
A ver si me acuerdo de llamar al “Premio
Ondas” - le llamo así al rey de la telebasura de Tele 5, por los premios que le
concede la cadena SER - y se lo ofrezco en exclusiva.
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