Hay que estar atento, muy atento,
a los mensajes con los que nuestros
mejores amigos y familiares nos bombardean estos días. No es que pretendan
engañarnos o hacernos daño, sino todo lo contrario: creen que de esta manera nos advierten
de una gran catástrofe, iluminan nuestro atrofiado cerebro sometido ya a la
sexta semana de encierro, o simplemente nos aportan una valiosísima información
acerca de los orígenes o la salida de esta pandemia.
Digo que hay que estar muy atento
porque ya tengo dos amigos que han sido ingresados en un hospital siquiátrico. Uno
de ellos aquejado de paranoia aguda y el otro de mania persecutoria. Los dos son unas
excelentes personas, pero quizás por eso, porque no tienen malicia y se tragan
todo lo que les echen, han terminado así, en un sanatorio mental. Y tienen
suerte, porque parece ser que estos días es muy común que llegue el loquero a
tu casa, te ponga la camisa de fuerza y te lleve a un sanatorio mental. Tanto
es así que las autoridades sanitarias ya han advertido de nuevo del peligro de que se produzca un colapso hospitalario. Parece ser que en los siquiatricos de Madrid ya no hay camas libres y están
comenzando a dejar a los enfermos en los Puntos Limpios, que se encuentran
generalmente en parques tranquilos, tan solo abarrotados de cacas de perro.
Para no terminar en un Punto
Limpio, rodeado de viejos electrodomésticos en desuso, he decidido defenderme
de estas amenazas que llegan a mi teléfono móvil, por docenas cada día. Y para ello nada mejor
que hacer una llamada de teléfono al Palacio de la Moncloa. Allí, seguro que sabrán como orientarme. Deben de tener gente muy competente porque
enseguida responden al teléfono. Vaya, me han pasado con la Comisión de Expertos
para contabilizar los datos de muertos y contagiados por el coronavirus. Me dicen que en ese momento nadie puede
atenderme pues están liadísimos hablando con todas las Comunidades Autónomas
para ver si llegan a un acuerdo sobre lo que es un muerto y un contagiado, que
mejor que me dirija a la Comisión de Científicos que parece que ellos lo tienen
más claro.
Como lo que me sobra es tiempo, sigo los consejos de la amable
señorita y llamo a la Comisión de Científicos. Mala suerte. Todos están pegados
a los microscopios intentando conseguir en el menor tiempo posible una vacuna
que nos salve del terrible peligro al que estamos sometidos. Lo comprendo. Llamo
a la Secretaria de Estado de Comunicación, pero allí la cosa todavía está peor.
Trabajan más que los científicos y los expertos en estadística y contabilidad
juntos: decenas de periodistas y comunicólogos se afanan en explicarle
al presidente del Gobierno como se debe de articular una respuesta ante las preguntas de
los periodistas. Intentan convencerle, con escasos resultados, de que no puede
responder a una pregunta con una conferencia, que la respuesta debe de ser
corta y concisa, aportar información, no ser reiterativa, y sobre todo
que la respuesta no debe de durar más de dos o tres minutos. Pero, Pedro Sánchez, está muy
ocupado repitiendo una y otra vez ante un espejo unas larguísimas peroratas que
al parecer le dejan la mar de satisfecho.
Creo que ha llegado el momento de
las soluciones drásticas. Mi teléfono móvil no deja de emitir constantes y
desasosegantes pitidos informándome de que se me están acumulando los mensajes así que abro mi WahtsApp y comienzo a leer: un premio Nobel asegura que
el virus ha salido de un laboratorio chino, que se trata de un virus artificial
esparcido con las peores intenciones. DELETE. DELETE. Otro mensaje hace
referencia a lo malvados que son los políticos del Gobierno y como nos están
engañando. DELETE. DELETE. Un tercero, atribuido al portavoz de Facua, me dice
todo lo contrario: que los malos son los políticos del PP y de Ciudadanos, ellos que van de tan patriotas y
resulta que han votado en el Parlamento Europeo en contra de los coronabonus que defiende
el Gobierno. DELETE. DELETE. Abro un video y un médico de urgencias de un
Hospital me dice que las personas de avanzada edad no son las victimas preferentes
del virus, que ahora los que caen como moscas son más jóvenes, los que se
encuentran en una franja de edad comprendida entre los 35 y los cincuenta años.
Me pongo a temblar y pienso en mi hija a la que creía más protegida que yo. Me
fijo un poco más y veo que ese médico está muy limpio, muy relajado, que no
parece tener mucho trabajo en la sala de urgencias y por eso está grabando estos
videos explicativos de nueve minutos. De
relajado que le veo me mosqueo. ¿A ver ni no es médico ni está en una sala de
urgencias? DELETE. DELETE.
Apenas enciendo la televisión. Borro
los mensajes que los amigos me envían al móvil. Escucho música clásica. Cuando
habla el presidente del Gobierno por la televisión aprovecho para ir a la
cocina a comerme una manzana y si lo hace algún político de la oposición hago
lo propio con alguna zanahoria. No respondo a los múltiples mensajes que me envían,
excepto si se trata de mi nieto con quien disfruto un buen rato por
videoconferencia. A las siete de la tarde, tabla de pilates con mi mujer. A las
ocho acudo a la ventana para aplaudir. Y así, con esta rutina carcelaria, consigo
anotar un día más en el calendario sin temer que nadie llame a mi puerta pues,
como ya sabéis, el loquero siempre llama dos veces.
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