lunes, 6 de abril de 2020

EL MUNDO QUE NUNCA OLVIDAREMOS


Cuando el mundo estaba a punto de reventar, debido a unos alarmantes niveles de contaminación, coincidiendo con el mandato de los negacionistas del cambio climático en los países más importantes del planeta, despreciando el conocimiento científico: Trump, en los Estados Unidos;  Bolsonaro, en Brasil; Modi, en India; la derecha radical en Europa; Putín, en Rusia, y con China dispuesta a seguir contaminando todavía más el planeta. Cuando los grandes gigantes mundiales, sobre todo China y los Estados Unidos, se disponían a entorpecer las iniciativas de un grupo de países preocupados por el futuro de nuestra vida, cuando todo esto estaba ocurriendo, llegó un bichito, pequeño, diminuto, invisible, y mandó a parar.


Estos días he escuchado a voces autorizadas referirse al coronavirus y su extensión  como fruto del desencuentro del ser humano con la naturaleza. Incluso hay quien ha ido más allá, un doctor estadounidense, Thomas Cowan,  quien ha llegado a relacionar el uso de los teléfonos móviles y la electrificación con la rápida extensión del coronavirus, citando como ejemplo el efecto devastador del 5G que, por cierto,  tiene en China, y más concretamente en Wuhan,  su centro de poder más importante.  


Sea como sea, lo cierto es que el planeta estaba a punto de estallar sin que los millones de personas que se manifestaban en todo el mundo o  las lágrimas de una niña sueca, Greta Thumberg, pudieran detenerlo. Ese avance imparable hacia el abismo, que ya se está manifestando en forma de desastres naturales provocando el éxodo masivo de personas en los lugares más castigados del Planeta, de pronto, se ha detenido.


El mundo se regenera mientras nosotros permanecemos en nuestras casas confinados. Cuando menos consumimos.


Diariamente recibo imágenes alentadoras. En tan solo unas semanas, desde que el mundo se ha detenido, las putrefactas aguas de Venecia se han vuelto transparentes y se han podido ver en ellas a peces y tiburones. Se está operando el milagro. Los animales se dejan ver en el centro de las ciudades. Preciosas imágenes de ciervos jugando y correteando por las playas, o estas plagadas de flamencos. La naturaleza respira después de tantos años de castigo. Las ciudades se limpian de contaminación y se hacen habitables. El mundo parece cambiar mientras los grandes depredadores lo contemplan a través de las pantallas de sus televisores o de sus teléfonos móviles. Dicen los pilotos que todavía transitan los aires que desde las alturas las grandes ciudades se ven con gran claridad, que aquella gran nube de contaminación que las envolvía ha desaparecido.


Cuando, hace poco menos de un mes, se hablaba del final del Planeta – no del final de quienes lo destruyen – este pequeño virus ha venido para darnos a todos una gran lección. Si ustedes no son capaces de vivir en un mundo limpio y habitable vendremos nosotros, cientos y miles de virus que ustedes han creado, para destruirlos y hacer que la Naturaleza resurja de nuevo.  

Quizás los más desmemoriados ya no recuerden lo que los hombres más poderosos del planeta decían hace tan solo un par de meses: que el mundo no se podía detener y que nuestro sistema económico, basado en la superproducción y en la movilidad, era sagrado. Ahora se estarán comiendo sus palabras. El mundo ya se ha parado. La movilidad se ha reducido en un ochenta por ciento. Y el Planeta muestra una de sus sonrisas más bellas ante todos nosotros.


Estos días, en nuestro confinamiento, deberíamos de reflexionar. De pensar en cómo queremos que sea el mundo cuando de nuevo volvamos a salir a las calles. Dice mi paisano, Javier Sampedro, que nada va a cambiar, que los mismos de siempre volverán a las andadas. Que no hay razón para el optimismo.


Sin embargo, por primera vez en mi vida, he tenido la fortuna de ver al mundo diferente. De creer que otro mundo mejor es posible pero solo si el ser humano cambia su forma de vida, si se acerca de nuevo a la naturaleza en lugar de intentar destruirla.


Es posible que no aprendamos la lección pero os puedo asegurar que ninguno de nosotros, los que estamos viviendo este momento, ni nuestros hijos, e incluso los más mayores de nuestros nietos podremos borrar jamás de nuestro recuerdo estas bellísimas e impresionante imágenes que nos llegan del exterior, golpeando nuestras conciencias, de ese otro mundo posible.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario